Por Andrea Lagos Marzo 17, 2017

Evo Morales perdió la voz hace un par de semanas. Quedó mudo, ni la pensó  y se las emplumó a ver médico a Cuba. Desconfió del especialista boliviano, pese a que lo suyo era sólo un nódulo benigno en la garganta. No había más que extirparlo. La salud del Presidente constituyó un “asunto de Estado”. Días más tarde se supo que Morales no mejoraba porque no se callaba la boca –cuerdas vocales- y que, para eso, lo mejor fue mandarlo lejos de Bolivia.

Simple.

En el barrio –cercano a Cent17roamérica- , tomar hora con un buen médico cubano es lo que se lleva entre los compañeros presidentes.

Quién no recuerda los años de viajes y largas estadías del venezolano Hugo Chávez en la isla de los hermanos  Raúl y Fidel Castro. El cáncer que afectó a Chávez durante dos años,  la excelencia médica aparejada de un absoluto sigilo y falta de libertad informativa fueron la combinación perfecta. El cáncer –inicialmente en la zona pelviana- terminó con Chávez en 2013, pero nadie puede jurar si el Comandante murió en Venezuela o si antes estuvo durante días fallecido en la isla caribeña. El morbo dio pie a historias sobre un cuerpo antiguo que llegó a Caracas a recibir los honores fúnebres ya descompuesto.

Enfermedad y autoritarismo.  En los países con falta de libertades, la salud de los mandamases es tanto más que secreto de Estado. Por eso fue tan noticioso que en 1996 el Presidente ruso Boris Yeltsin –ese grande y colorado eslavo que bebía vodka en abundancia- anunciara que le iban abrir el corazón e instalar 5 bypass para destapar las arterias.

Evo Morales, con su mudez, fue ahora tanto más transparente que antes Fidel Castro. ¿Cuántas hordas de periodistas occidentales viajaron a la isla por más de una década pensando que Fidel estaba por morir o muerto? Se apertrechaban por semanas en sus hoteles o pensiones de mala muerte para intentar lograr noticias del compañero Comandante de alguien del Comité Central. Tanto viaje en vano.

La imagen del incógnito dictador africano con gorro de piel de leopardo, que sale de una clínica parisina, es parte del imaginario. Sin embargo, el referido Mobuto Sese Seko, ex jerarca de Zaire, cayó enfermo en clínica sólo cuando perdió el poder en 1996.

Augusto Pinochet se sometió a una cirugía de columna en octubre del 1998 en The London Clinic. Ya no era Presidente, tampoco Comandante en Jefe. La cirugía tampoco fue pública, la información la tenía el Ejército de Chile y algún ministro de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Cuando el oficial de Scotland Yard llegó a la pieza de Pinochet, momentos después de despertar de la anestesia general, el anciano  general no entendía nada. Lo único que se escuchó en la habitación fue un severo: “General, usted está arrestado”. No quería vivir.

Los estadounidenses, en especial algunos,  tienen una afición inversa. La conferencia de prensa rápida, con dibujos e infografías detalladas del procedimiento quirúrgico al que se someterán.  Ronald Reagan, presidente actor,  fue el enfermo perfecto.  En marzo de 1981, un hombre lo intentó asesinar en el hotel Hilton de Washington. Sin la en el pecho ya, y tras salir estable de la sala de operaciones, Reagan se puso de pie, ató su bata celeste sobre un pijama blanco y salió a la ventana del hospital George Washington a saludar a su público.  Un gesto vale más que mil palabras.

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