Por Felipe Hurtado H. Marzo 17, 2017

Todavía es temprano para conocer las consecuencias de la alta competencia en el deporte. La mayoría de los estudios recién se inician. Hay especialidades médicas que enfrentan cuestionamientos. El fútbol americano parece ser un universo muy criticado. Su violencia intrínseca trae aparejadas molestias físicas de sus jugadores activos, pero también ha demostrado afectar a los retirados.

Las conmociones cerebrales producto de los golpes están siendo la polémica del mundo de la NFL —la liga del fútbol americano—,  aunque los tratamientos para recuperar a los deportistas de sus lesiones también son otro flanco abierto en el campeonato estadounidense más importante del mundo.

La semana pasada, The Washington Post publicó los detalles de una demanda colectiva en contra de 32 clubes de la liga: 1.800 ex futbolistas acusaron haber sido tratados con analgésicos y antiinflamatorios prohibidos por la ley. Ahora reclaman que se violaron las normas de forma sistemática y que los equipos médicos ocultaron la información durante años, incluso de las autoridades de la DEA, la agencia para el control de drogas en Estados Unidos, que lleva años presionando a la liga por el tema.

Muchos entrenadores han hecho la vista gorda. Algunos veían, pero no preguntaban. A otros, incluso, hasta les molestaba que sus equipos no estuvieran al día en el uso de los remedios.

Las cifras expuestas en la denuncia de 127 páginas son alarmantes y altísimas. Se cita el ejemplo del 2012, cuando cada club solicitó 5.777 dosis de antiinflamatorios y 2.213 de calmantes, un promedio de entre seis y siete inyecciones semanales por jugador durante una temporada.

Los fármacos más citados son el analgésico Vicodin y el antiinflamatorio Toradol. Como sucede con todo medicamento que se utiliza frecuentemente, existen altas posibilidades de generar adicciones que se perpetúan cuando se deja el profesionalismo deportivo. Durante los torneos, los jugadores se sentían obligados a consumirlos para mantenerse dentro de las nóminas.

En el mismo reportaje de The Washington Post, la NFL descartó los méritos de la demanda, aunque no permitió la participación de sus asesores médicos en esta nota. “Los clubes de la liga y su personal médico están en cumplimiento con la Ley de Sustancias Controladas, y continúan poniendo la salud y seguridad de nuestros futbolistas en primer lugar, proporcionando a todos la más alta calidad de atención médica. Cualquier afirmación o sugerencia contraria está equivocada”, aseguró su portavoz, Brian McCarthy.

Los jugadores alegan que sufren de severos daños en órganos y articulaciones debido a esta política de salud. Dicen que no se les informó lo que estaban consumiendo ni sus contraindicaciones. También,  que los clubes sabían de las irregularidades y que es posible rastrear estas prácticas hasta la década de los 80 o más atrás.

El caso de los traumas cerebrales por contusiones le costó a la NFL un acuerdo por mil millones de dólares, del que ha tratado de zafar legalmente. El juicio por el mal uso de los medicamentos está programado para comenzar en octubre y puede significarle un nuevo golpe al bolsillo, aunque lo más importante será el castigo a su imagen, cada vez más parecida a una maquinaria a la que no le importa fagocitar a sus propios engranajes con tal de lograr la victoria.

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