Por Vicente Undurraga Marzo 24, 2017

Arrobas, equis y asteriscos le están haciendo un feroz “te paseo” a la patriarcal letra “o”. Pesada se le ha puesto la pista lingüística a lo masculino como norma genérica para aludir a grupos que contienen sujetos femeninos y masculinos. Por motivaciones extralingüísticas, ideológicas, para parar la segregación y la aplanadora machista, para hacerle frente a monitos animados como Henry Boys, se ha reemplazado la “o” por una @, un *, una X —que de frentón desarticula el duopolio masculino/femenino— y en cualquier momento por un #. Pero esos signos alternativos sólo funcionan en el plano escrito, no en el habla. Por ejemplo, para hacer el distingo en una conversación, amig@s habría de pronunciarse amigarrobas. Y amigxs, amiguequis. Y amig*s, amigasteriscos. Y amig#s, amigatos, y aquí surgiría una legítima demanda: por qué no amigatas, lo que obligaría a una doble distinción: amig##s, es decir, amigatasgatas o amigatosgatos. Un lío que dejaría el castellano más rayado que charango de gat* e impondría un culto a la estridencia caligráfic@, ortográficx y tipográfic# que es lícito resistir.

En todo caso, desde hace un tiempo se puede observar en las diversas escrituras del reino el uso creciente de una alternativa que, a primera vista, parece mejor. El empleo de la vocal “e”, no asociada a ningún sexo y que sí tiene un sonido específico. Pero, bien mirado, también conduce al extravío. De la belleza, en primer lugar, y del sentido, pues la “e” modifica el uso de ciertas letras adjuntas:

—Querides polítices (¿politiques?) y deportistes, artistes y científices (¿cientifiques?), amigues y alumnes, chilenes todes: como muches de nosotres ya sabemos, hay varies ciudadanes dispuestes a usar nuestre idioma de modo neutral ble, ble, ble.

Una alternativa que no convence a nadie es usar siempre masculino y femenino: deja al castellano como una lengua más larga que Chile, con tediosos fraseos siameses:

—Estimados profesores y estimadas profesoras, estamos aquí reunidos y reunidas junto a nuestras queridas alumnas y nuestros queridos alumnos…

Quizá la ofensiva reivindicadora debiera ser radical y reemplazar la “o” por la “a”.

—Niñas, a comer —y si hay menores de sexo masculino, o acatan o se hambrean.

Por cierto, alguien podría retrucar que esto último sería invertir el modelo de exclusión que el régimen despótico de la “o” impuso por años. Que, en cambio, la “e” no invierte sino que anula dicho régimen. Zzzzz.

Las palabras tienen sentido y crean realidades, las lenguas son vivas, cambiantes, impuras. Pero no son imposiciones las que operan. No hay autoridad ni autoría en los usos de la lengua, sino orígenes inciertos, accidentales, múltiples. Ni la RAE ni ningún observatorio manda ahí. Además, no todo se arregla creando leyes y cambiando vocablos, como solemos creer en este país eufemístico. Felizmente, el lenguaje no es una cuestión programática y no se deja someter por la arremetida de lo políticamente correcto. No hay agenda para el habla, señorxs.

La vuelta es más larga. La equidad tiene que ver con educación, con cambios culturales como la desaparición de colegios no unisex o la igualación de sueldos para los mismos cargos, con un emparejamiento de la cancha o al menos de los primeros tramos en los ámbitos esenciales de la vida, en fin, con cuestiones de más alcance que enmiendas cosméticas, voluntariosas y feísim@s.

La otra sería sacar un DFL que divida el año en cinco bloques de 2,4 meses y a cada uno asignarle una vocal para usar en artículos, sustantivos y adjetivos cuando haya que aludir a ambos géneros o negarlos. En junio, por ejemplo, tocaría la “i”:

—Ya huevonis, vienen mis nuevis amiguis así que se quedan calladitis lis muy hociconis.

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