Por Teresa Correa y Andrés Scherman, académicos Periodismo UDP Febrero 3, 2017

La cobertura de los incendios que han afectado a la zona centro-sur parece estar marcando un cambio en la forma en que los medios, especialmente la televisión, informan sobre este tipo de desastres.

Esto se puede comparar con el incendio que afectó a Valparaíso en abril de 2014. En ese momento, estábamos desarrollando un estudio, en distintas ciudades del país, en que las personas escribían una suerte de diario de vida de su evaluación respecto a las noticias. En medio de la investigación, inesperadamente ocurrieron dos desastres: el terremoto de Iquique, el 1 de abril, y once días después, el megaincendio en Valparaíso que dejó 15 muertos.

Esto nos permitió comparar, en tiempo real, la reacción de las audiencias frente a ambas coberturas. Hubo dos patrones distintos de respuestas. En el caso del terremoto, predominó una reacción más racional, en que el foco estaba puesto en la evaluación de las autoridades y el cumplimiento de los protocolos (evacuaciones, entrega de ayuda a damnificados). Mientras que las respuestas ante el incendio fueron emocionales y marcadas por el dolor, la magnitud de la tragedia y la incertidumbre. Sólo días después comenzó una crítica a la cobertura sensacionalista de los medios y la demanda de información basada en datos y no en testimonios y percepciones.

Las diferencias entre ambos desastres tienen su explicación. La gente ha crecido con la idea de que los temblores y terremotos ocurren con frecuencia y tanto los periodistas como las personas conocen la información que permite evaluar la dimensión del desastre y los pasos que se deben seguir. A su vez, los terremotos duran un par de minutos, rápidamente se puede establecer el daño ocurrido y comienza un proceso de reconstrucción. Sin embargo, los incendios pueden durar semanas y tienen una evolución inesperada. La amenaza constante es televisada y las imágenes en vivo se convierten en un “espectáculo” que puede gatillar el sensacionalismo de la prensa —con el foco puesto sólo en el dolor de las víctimas— y fuertes emociones en la audiencia.

Sin embargo, la cobertura actual de los incendios demuestra que la prensa, especialmente la televisión, ha modificado la manera de cubrir este tipo de desastres. Ejemplos como el del periodista Gonzalo Ramírez —quien mientras transmitía en vivo evitó mostrar imágenes de las personas que se estaban reencontrando después de que el fuego arrasara con Santa Olga— han marcado el tono de lo que aparece en pantalla. Es cierto, se trata de dos incendios con características distintas. En el actual, hay múltiples focos noticiosos y equipos en terreno, lo que abre espacio a una mayor reflexión editorial respecto a la selección de imágenes, testimonios y temas que saldrán al aire.

Se aprecia una diferencia importante respecto de la cobertura del incendio de Valparaíso de 2014. Esta vez ha tenido más protagonismo la discusión respecto al nivel de preparación del país frente a este tipo de situaciones, desde la reacción del gobierno y los municipios, hasta la preparación con que cuentan los equipos especializados de emergencia.

Todas las señales indican que los medios y las audiencias están reaccionando frente a un fenómeno con el que empiezan a familiarizarse, tal como ocurre con los terremotos, donde se establecen formas de acción y se asignan responsabilidades.

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