Por Andrea Lagos A. Febrero 3, 2017

Los estadounidenses eligieron como presidente al protagonista de un reality show. Y están teniendo que hacerse cargo.

Hace una década, en el programa El Aprendiz (The Apprentice)–NBC– el entonces empresario Donald Trump clavaba la mirada muy serio sobre un concursante, levantaba el dedo índice y golpeaba la mesa:

-You are fired! (¡Estás despedido!)

La semana que pasó, ya en la Casa Blanca como presidente, Trump hizo ese mismo ademán. Esta vez no le gritó a un aspirante de un show de la televisión abierta. Dejó sin trabajo a la mismísima Attorney General (abogada en jefe) Sally Yates porque no conminó al personal a su mando a hacer cumplir la prohibición dictada por Trump de ingreso a EE.UU. de ciudadanos de 7 países árabes.

Los presidentes estadounidenses han tenido sus bemoles. George W. Bush (2000-2008) era poco articulado, cometía faltas gramaticales al hablar y mal pronunciaba las palabras. ¿Cuán poco inteligente era G. W. Bush? A Bill Clinton (1993-2000) se le cuestionó su incapacidad de mantenerse con los pantalones arriba: esa debilidad infinita por las mujeres, en especial por las más jóvenes. Del dimitido Richard Nixon (1969-1974) hay mucho que decir. Un político inseguro con altos niveles de neurosis, que debía tomar medicamentos para el ánimo. Era un ser poco agradable, pero, a diferencia de Donald Trump, Nixon habría dado todo por gustar.

La estructura de personalidad del Presidente número 45 de EE.UU., es distinta.
Hay algunas cosas que quedan claras. Le es más cómodo comunicarse en 140 caracteres: “Les devolveré sus trabajos”, escribe a menudo en Twitter. Es la frase cliché que apela al nacionalismo estadounidense y a retornar a los americanos los trabajos que realizan extranjeros (por ellos). Tampoco sus ideas dan para largos discursos.

Pese a que la campaña presidencial fue durísima para Trump, con el mainstream media en bloque en su contra; es conocida la historia de la periodista Barbara Walters. En 1987, ésta le preguntó si preferiría ser “instalado” como presidente o hacer toda la campaña: “Lo que me gusta es la caza. Jamás quisiera ser designado”, dijo.

Los días de Trump siempre estuvieron agendados. Con reuniones, con gente, con llamados. Cuando vivió en la riqueza y en los días de quiebra económica. Sus días siempre fueron intensos.
El hombre no conoce el silencio del alma. El hombre duerme mal y poco.

Barbara Res, que en los 80 fue vicepresidenta a cargo de la construcción de la Trump Tower en Manhattan, dijo a The Daily Beast: “La rabia es constitutiva de su personalidad” . Donald Trump se enoja y mucho. La rabia es su motor de activación. Es un Presidente que no se detiene a pensar en el daño colateral que cada una de sus acciones o decisiones pueda acarrear.

Le agrada asustar y autodesignarse como un salvador. Hace un año, en Raleigh, Carolina del Norte, hacía campaña. “Algo malo está sucediendo”, decía a los sureños. Una niña de unos doce años se levantó:

–Cómo nos va a proteger usted, estoy asustada– preguntó ella.

–“¿Sabes qué? Tú no tienes que estar asustada. Ellos son los que van a estar aterrorizados”–, dijo.
Es casi imposible hablar de Donald Trump sin pronunciar la palabra narcisismo.

Y ahí están las enormes letras doradas afuera de cada uno de los edificios. Ha adosado su apellido a casinos, hoteles y clubes de golf.

Fue hijo de una pareja acomodada. Una historia familiar sin tragedia ni disfuncionalidad alguna. El padre, empresario inmobiliario, trabajaba 24/7. La madre cuidaba de los cinco hermanos. Donald Trump terminó siendo el más competitivo de los hijos, y sin necesidad alguna. Partió pegando codazos desde chico, por opción.

Para Donald el mundo no es un lugar confiable, es un sitio inseguro. Tuvo que salir del colegio y entrar en la academia militar para incubarse este temor.

Llegó al poder el viernes 20 de enero y ya tiene a su país, y a varios otros, dados vuelta. Todo lo que se pensó iba a moderar no lo ha hecho. Definitivamente dice que construirá un muro para aislar a México de EE.UU. Árabes de 7 países no pueden ingresar más a Estados Unidos. Rápidamente la esperanza de la moderación se desvaneció, primero con la reafirmación de las promesas electorales y la crítica a estados como el alemán por su política de puertas abiertas ante la migración de Medio Oriente.

Puertas adentros, un gabinete compuesto de millonarios, tecnócratas y republicanos militaristas. Mujeres y minorías casi ausentes.

En la primera mitad del siglo XX, el inglés Winston Churchill, un político alcohólico, depresivo y con serias dificultades para lograr trabajar fuera de su cama, condujo Gran Bretaña durante los peores días de la II Guerra Mundial y triunfó.

¿Por qué los defectos de Trump no pueden pasar a ser sus fortalezas de gobernante?
Trump no es Winston Churchill, ni mucho menos.

Relacionados