Por Juan Andrés Quezada Enero 27, 2017

Patricio Tombolini (63) lo pasó mal varios años. Muy mal. A raíz de su apellido, de su carácter relajado y del mal manejo comunicacional con que enfrentó el caso coimas (2002), se transformó en el símbolo de los primeros casos de corrupción en la política chilena.

“¡Devuelve la pelota, Tombolini!”, gritó un asistente a un partido de tenis entre Marcelo Ríos y Fernando González en el court central del Estadio Nacional. Era un mes después que explotara el caso coimas. El grito, destinado a un espectador que no devolvió la pelota a la cancha, fue escuchado en todos los hogares chilenos que seguían el match por televisión. Esa noche, Tombolini, actual vicepresidente del Partido Radical, se encontraba en el anexo cárcel Capuchinos, donde pasó 40 días al ser investigado por un delito que siempre dijo no haber cometido. Los cargos fueron haber recibido dineros —cohecho—, de un empresario dueño de una planta de Revisión Técnica rancaguina, a cambio de obtener un permiso del Ministerio de Transportes.

Al ex subsecretario de Transportes del gobierno de Ricardo Lagos le gritaban ladrón en la calle y lo miraban con sospecha los bomberos cuando acudía a cargar de gasolina el auto. Incluso su hija que estaba en segundo medio, le confesó el bullying que sufría en esos años. Preguntó si existía la posibilidad de cambiarse el apellido.

El político radical ha comentado que si no hubiera sido por su siquiatra, su esposa, sus hijos y su grupo de amigos —Ernesto Velasco, José Antonio Gómez e Isidro Solís, entre los más conocidos—, que jamás lo abandonaron, no hubiera podido sortear esa larga tormenta.

En una improvisada oficina en su casa — junto a las torres de Apoquindo—, Tombolini dio una larga pelea, estudió Leyes, leyó cientos de expedientes, logró el apoyo de un buen penalista (Miguel Soto Piñeiro) y en 2007 fue absuelto del caso coimas, sentencia que fue ratificada por la Corte Suprema.

Su regreso a la política y a la vida laboral fue duro: intentó más de una vez ser candidato a diputado por San Antonio (él nació en Cartagena), pero no logró el apoyo de los votantes. Quiso ser presidente del PR, incursionó en televisión como entrevistador político en el Canal 2 de San Antonio, e incluso instaló —también con malos resultados — un restaurante de colaciones en el centro de Santiago.

Pero el año pasado vino el golpe de suerte que le devolvió un lugar en la política chilena. Tombolini fue uno de los primeros políticos que propusieron a su partido que Alejandro Guillier fuese candidato presidencial y el encargado de acompañarlo en toda su silenciosa precampaña, donde alentó personalmente al senador para que se atreviera a dar el salto. Desde ahí no ha parado.

Y si bien ha recibido críticas en las redes sociales, no está dispuesto a dar un paso al costado.
“¿Usted fue uno de los primeros en ver el potencial de Guillier?”, le preguntaron el lunes pasado en una entrevista en La Segunda.

“Yo diría que sí, pero hay más gente. Estas cosas no se hacen solas, y así lo están demostrando las encuestas”, respondió

“Quiero que Guillier sea presidente de Chile”, agregó en la misma entrevista.
Tombolini tiene a medias un libro, donde contará su historia. Pretende publicarlo para contar su versión de los hechos.

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