Por Felipe del Solar, cientista político, autor del libro Anarquistas: presencia libertaria en Chile Enero 20, 2017

Los anarquistas no inventaron las bombas. Tampoco han sido los únicos que las han colocado.
El anarquismo no se caracteriza por ser un movimiento violento. Su uso es visto como especie de “aberración”. Estos actos son aislados, en los más de 120 años de existencia del anarquismo en Chile.
Este movimiento fue la base del sindicalismo chileno. Los primeros grupos organizados de obreros eran anarquistas.

En la década de los 90 surgió en Chile la corriente insurreccionalista que reivindicó acciones directas violentas. Esta vertiente ha sido muy minoritaria y está en pugna con las corrientes anarquistas predominantes. Los grupos tradicionales rechazan a los violentistas. Los enemigos de los grupos violentistas- anarquistas son los “tradicionales”, tachados de “anarquistas de salón”.

El insurreccionalismo renació en este país como una prolongación de los grupos armados de los últimos años de dictadura. La ideología les sirvió. En la década del 2000, nuevas generaciones se interesaron en la contracultura global, y se acercaron a las prácticas e ideas de la izquierda radical. Ocurrió una simbiosis.

La principal fuente de información de estos grupos es internet. Allí aprenden rudimentos básicos para perpetrar atentados de baja intensidad que son más bien actos de vandalismo. Al no ser grupos bien articulados, muchas veces sus acciones terminan siendo en contra de ellos mismos. Está el caso de Luciano Pitronello, en 2011. Le explotó la bomba casera en las manos cuando la instalaba en un cajero automático. A otro le explotó en la mochila. Más que actos de terrorismo, estamos ante grupos que cometen delitos.

Una primera mirada a ese grupo ecoterrorista que, en principio se atribuyó el atentado en contra de Landerretche: se nota que se trata de universitarios(as), aunque escriban mal y con faltas ortográficas. Son de clase media o media alta: sólo cuando un joven satisface sus necesidades básicas, puede pensar en la ecología. Es una lucha de tercera generación.
Estamos frente a hechos aislados, no de grupos organizados. Los anarquistas son tipos que pueden poner bombas en los bancos (hoy en día ni siquiera los roban). Los explosivos que utilizan suelen ser de un bajo nivel de destrucción, buscan amplificar un discurso. Son un mero elemento simbólico.

El anarquista, usualmente, busca evitar los daños colaterales, no atenta contra la vida. A estos presuntos ecologistas, en cambio, les importa un bledo si alguien va pasando y le explota la bomba en la cara. El anarquismo, por esencia, tiene un componente moral.

Los ecoterroristas dicen estar organizados en células, pero una célula puede estar compuesta por una sola persona. Es exagerado hablar de “movimiento” cuando pueden ser dos, tres o cuatro personas. La lógica indica que, a mayor cantidad de miembros, más fácil es que se delaten entre ellos.

En EE.UU., el “Unabomber”, era un ex profesor de la Universidad de California. Entre 1978 y 1995 mató a tres personas e hirió a 23. Enviaba explosivos por correo. En 1995 se identificó como autor de los ataques y escribió un manifiesto antitecnológico. Fue considerado una suerte de “anarquista doméstico”.

Los ecoterroristas se dicen apolíticos. Clásicamente estos “apolíticos” son de extrema derecha. Cuando se habla de bombas, recuerdo el Movimiento Patria y Libertad de los años 60 y 70. La violencia no es atributo monopólico de los anarquistas. Es de la derecha como de la izquierda, es transversal.

El crimen que se comete en este caso es intento de asesinato, sin raíz política. No hay una reivindicación potente, ni una manifestación de un sentir generacional.

Los grupos anarquistas han condenado el acto ecoterrorista como una manifestación individual, al margen de cualquier lógica política. No hay una búsqueda de una sociedad más justa, por ejemplo.

Está la presión porque se termine con la Ley Reservada del Cobre con la que se financian las FF.AA. Nunca ha habido transparencia en los grupos de inteligencia que tienen las FF.AA., En Estados Unidos, por ejemplo, se desclasifica el material y conocemos cómo funcionan.

Hay que recordar el caso del senador Jorge Lavandero y la denuncia de pedofilia en su contra. Fue cierta, pero se destapó justamente cuando él preparaba un proyecto de reforma de la Ley del Cobre. Cada vez que se intenta tocar el cobre, ocurre un remezón.

El modus operandi de los ecologistas radicales está más enfocado en acciones contra bienes. Los terroristas, en cambio, van con la pistola y matan a una persona a quemarropa. Quieren disfrutarlo.
Los analistas especializados en el tema no logran salir de ese paradigma de la izquierda folclórica y de la lucha armada. Lo que existe desde el año 2000 es una izquierda global sin vínculo con la izquierda tradicional. La violencia proviene de la contracultura, una nueva forma de politización juvenil.

Este grupo ecoterrorista radical habla de la madre tierra, recuerda más a la secta de Antares de la Luz que a los grupos revolucionarios. No hay ecología.Es una especie de misticismo, un Al Qaeda del ecologismo.

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