Por Felipe Hurtado H. Enero 20, 2017

“Me extrañó su postura de tenerme como a un rehén”. Así se refería Jorge Sampaoli, en enero del 2016, al hablar de Artur o Salah, presidente de la ANFP (Asociación Nacional de Fútbol Profesional). Se quejaba por obligarlo a cumplir su contrato con la selección chilena, de no mediar el pago de una indemnización.
El argentino ocupó la táctica de la víctima, una estrategia que no le sirvió para ganar simpatías. Estableció que su mayor deseo era partir, que su cabeza ya andaba en otro lado, que su ciclo se había acabado.

La coyuntura le vino como anillo al dedo. El técnico planeaba hacía rato su salida. Cada entrevista que dio en su época como entrenador nacional —en especial a medios españoles e italianos—, era una promoción de su trabajo. Todo estudiado, nada al azar.

Sevilla tuvo las antenas bien paradas y escuchó con atención esas palabras. Después de tres títulos de la Europa League, Unai Emery optó por aceptar el desafío del PSG y obligó a los andaluces a buscar una nueva guía, uno que le permitiera dar el salto que la escuadra requería a nivel local. Y también que ratificara sus buenas expediciones internacionales.
Al asumir, Sampaoli prometió lo de siempre: fútbol ofensivo, dominio de la pelota, pararse de igual a igual frente a cualquiera, amor por la camiseta, rebeldía, amateurismo y todo ese léxico que bien se le conoce por estos lados, pero que allá era desconocido.

No arrancó como quería. Barcelona lo desarmó en la Supercopa española.
Su mano se notó más en el 6-4 con que ganó al Espanyol en la primera fecha de la liga hispana. Lo abultado del marcador, en todo caso, fue calificado como caótico. En El País se escribió que el equipo no aburría, pero que el marcador de ese debut fue “propio del fútbol primitivo”.
Hubo otros que ese día se enamoraron.

Las piezas se fueron ajustando de a poco y, el adiestrador fue olvidándose del sueño (frustrado) de dirigir a Lionel Messi en la selección argentina. Comenzó a marcar su sello hasta transformarse en la sensación del fútbol español.

El fin de semana pasado, después de dos intentos frustrados en la Copa del Rey, superó al líder, Real Madrid, y acabó con su invicto en 40 partidos. Se afirmó en el segundo lugar en la tabla de posiciones y puso presión al puntero, del que ahora lo separa una unidad, pese a que los merengues tienen un partido postergado.
Los elogios vinieron de inmediato. Sectores de la prensa lo calificaron como el mejor refuerzo del año. Sergio Ramos, capitán del Madrid, alabó su osadía.
Sevilla no es campeón desde hace 71 años, cuando en 1946 alcanzó su única corona.

Es temprano para plantearse ese objetivo compitiendo con gigantes como el Real Madrid y el Barcelona. Hace dos meses, esto le parecía precipitado al propio técnico. Ahora está más prendido.
Los números avalan la situación. El Sevilla, con sus 39 puntos en 18 fechas, es el de mejor rendimiento de la historia. El escenario está dispuesto para el casildense. Tiene todo para seguir fagocitándose a España y Europa. No sólo le queda la segunda rueda completa del campeonato hispano, sino también vienen los octavos de final de la Champions, donde enfrenta a un rival duro pero accesible como Leicester.

En Andalucía ha nacido el sampaolismo, corriente que la prestigiosa revista Panenka sintetizó como “estridencia, personalidad y rock’n’roll”. Rock’n’roll del duro.
Ya hay camisetas alusivas, con la leyenda #someteralrival y una caricatura del entrenador con lentes con marco hipster.
Sampaoli, un rockstar.

La vida del rehén recién comienza.

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