Por Marisol García Enero 13, 2017

No han sido muchos los libros que hasta ahora vinculen filosofía y música popular, y es posible que la sola idea ponga en guardia a varios lectores. Sin embargo, algunos filósofos, titulados de tales, vienen escribiendo en los últimos años —y muy bien— sobre canciones. En España, Santiago Auserón, y en Alemania, Mercedes Bunz hermanan en algunos de sus textos áreas de la cultura popular contemporánea y el conocimiento antiguo, mostrándonos que fenómenos que creemos nuevos —como la fascinación por quienes ocupan escenarios o los sonidos que nacen de fenómenos migratorios, por ejemplo— pueden entenderse mejor con ideas de autores muertos hace siglos.

Es también un filósofo quien firma el mejor libro que hasta ahora hemos leído sobre David Bowie. El británico Simon Critchley enseña varios cursos en el New School for Social Research de Nueva York, y tiene en Bowie (que recién circula traducido al castellano por editorial Sexto Piso) la más breve y cercana de sus muchas publicaciones. Lo que consigue en ciento quince páginas no es demostrar qué cosas “oh, tan inteligentes” puede enseñarnos sobre el hombre de “Starman” alguien que viene de publicar libros sobre Derrida y Heidegger; sino que es posible escribir sobre música popular por fuera de la retórica instalada de un periodismo rock a veces lleno de tics, en el que los datos suelen hacerse pasar por revelaciones, y las impresiones por análisis. Un trabajo como el de Critchley con Bowie es tan contundente que hasta permite asomarse a lo que podría ser una nueva era de libros sobre músicos populares, que al fin deje atrás la biografía como el principal formato de escritura pop de larga extensión. Las biografías y autobiografías de cantautores y líderes de bandas se han convertido ya en una rama editorial tan lucrativa como, en general, predecible en su orden cronológico, su recuento de influencias, el relato de excesos y redenciones, el namedropping, la presentación del éxito comercial como conquista definitiva. Y están apareciendo a un ritmo al menos mensual.

Bowie, el libro, es sin embargo muy diferente a esa pauta. Se trata de un breve ensayo sobre la adoración que siente un profesor universitario hacia un artista al que aprecia canción a canción, gesto a gesto, y cuya muerte no hace más que confirmarle que todo aquello que supuso como parte de una estrategia vital cerraba con impecable lógica. David Bowie fue un artista que asumió muy tempranamente la impostura como un estilo, pero en el mejor sentido de la palabra, cree Critchley. Se entendió en un escenario perpetuo, donde iba a fundir vida y obra como parte de una actuación permanente para la que debía trabajar con precisión, autodisciplina y arrojo. Y no por eso dejó de ser él mismo:
“La verdad de Bowie es inauténtica, completamente calculada, una absoluta construcción. Pero sigue siendo verdad (…). Por medio de la impostura, y a causa de ella, sentimos una verdad que nos guía más allá de nosotros mismos, que nos lleva a imaginar otra forma de ser”.

Para Critchley, la cultura rockera sobrevalora el concepto de autenticidad, cuando lo que en verdad importa es que el arte esté al servicio de una verdad que no siempre es corpórea ni concreta. David Bowie construyó ilusiones que sabía que eran tales, y expuso sus dudas existenciales más profundas no desde un ánimo nihilista sino que de búsqueda por fuera de lo aprendido, de lo convencional: “Es una tentativa desesperada de sobreponerse a la soledad y encontrar alguna clase de conexión. En otras palabras, lo que define realmente bien la música de Bowie es la experiencia del anhelo”. Su atrevimiento y su disciplina son modelos de pensamiento y creación, se concluye con la lectura de este libro breve pero revelador. A un año de la muerte de Bowie (“si una muerte puede ser una obra de arte, un acto de afirmación en completa concordancia con la estética del artista, entonces eso es lo que sucedió el 10 de enero de 2016”), cuando la BBC acaba de estrenar un nuevo documental sobre el cantante (David Bowie: The Last Five Years) y marchan otros varios proyectos de reverencia póstuma (en Amazon aparecen nueve libros por venir sólo hasta junio), es estimulante seguir aprendiendo sobre un creador cultural así de relevante, pero ya no desde el obituario lastimero ni la indagación trivial, sino desde las señas que consiguió legar sobre su tiempo.

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