Por Javier Rodríguez Diciembre 2, 2016

Enric González, periodista e hincha del Espanyol —el “otro” equipo de Barcelona—, dice que hay un aspecto en el que la devoción por un determinado equipo funciona de manera similar al fenómeno religioso: sólo actúa correctamente cuando se conjuga con una historia de fracasos. En su estupendo libro Cuestión de fe, dice que los hinchas del Real Madrid, del Barcelona, ¿de Colo Colo?, de equipos que han forjado su historia en el éxito, vanagloriándose de sus copas, no han tenido tiempo ni necesidad de forjar una fe a prueba de derrotas. Viven el fútbol de forma distinta. Ni mejor ni peor. Distinta. Quizás, menos sufrida. ¿Pierden una final? No pasa nada, ya han ganado antes, dice González. Pueden sentirse tristes, pero jamás han experimentado el vacío existencial de quienes sienten que esa era la oportunidad. La única. Las finales de Copa Libertadores que perdieron Unión Española, Cobreloa y la UC. Las finales de Champions League que ha perdido el Atlético de Madrid de Simeone, precisamente, con su vecino rico.

Poco se ha hablado de esos hinchas que vieron a su equipo tener un ascenso meteórico, que se preparaban para enfrentar al mejor equipo sudamericano de, por lo menos, los últimos dos años

Mucho se ha escrito sobre la tragedia del martes en la madrugada, cuando el avión en el que viajaba el plantel casi completo del modesto Chapecoense de Santa Catarina, junto a comentaristas brasileños de la cadena Fox Brasil, se estrelló a diez minutos de aterrizar en Medellín para jugar la final de ida de la Copa Sudamericana contra el Atlético Nacional, por causas que aún no han sido esclarecidas. En la prensa, se han realizado “minutos a minuto” y notas llenas de sensacionalismo disfrazadas de homenaje.

Pero poco se ha hablado de esos hinchas que vieron a su equipo tener un ascenso meteórico, que se preparaban para enfrentar al mejor equipo sudamericano de, por lo menos, los últimos dos años y que, de un minuto a otro, se quedaron sin dios al que pedirle explicaciones. Porque luego del desastre no hay revanchas. No habrá un partido de vuelta. No hay regla del gol de visita en la que confiar.
“Cuánto daría porque esa bola de San Lorenzo en el último minuto hubiera entrado”, tuiteó una fanática.

En una actividad donde el fin último es ganar, pocas veces ha habido más consenso en que hubiese sido mejor que el remate de Marcos Angeleri, de San Lorenzo, hubiera entrado. Que el humilde Chapecoense se hubiera quedado a las puertas de su primera final continental. Pero una atajada monumental del arquero Danilo en el minuto 93 hizo estallar el Arena Condá de Chapecó.

Cuesta mirar. Y da rabia. Contra los responsables de la negligencia aún no esclarecida. Contra la pasividad de la Conmebol. ¿Dónde se buscan explicaciones cuando pasan cosas como esta?
Antecedentes hay. El del Torino —el “otro” equipo de Turín— en Portugal, el 4 de mayo de 1949. O el desastre de Múnich en 1958, cuando murieron ocho jugadores del Manchester United y se salvó un tal Bobby Charlton. O la de nuestro Green Cross en 1961, cuando 24 miembros de su delegación murieron en viaje a Santiago. O la, quizás, más recordada: cuando el 8 de diciembre de 1987 un avión de la marina peruana cayó al mar con 16 jugadores y el entrenador de Alianza Lima.
Todos ellos se levantaron. Algunos se convirtieron en esos equipos acostumbrados a ganar, como el United, otros consiguieron el éxito local, como Alianza, y otros siguen peleando, como el Torino a la sombra de la Juventus.

La ayuda internacional no se hizo esperar. El Liverpool realizó un minuto de silencio estremecedor en ese templo del fútbol que es Anfield. Se dice que el PSG estaría ofreciendo 40 millones de euros para que el Chapecoense rearme su plantel. Santos, Palmeiras, Sao Paulo y Corinthians ofrecieron jugadores y pidieron que el Chapo no descienda en tres años, para que logre rearmarse.

Los hinchas, por su parte, seguirán soñando con esa final que perdieron fuera de la cancha. Se levantarán, pero ahí estará esa copa que les arrebataron. Cuando, contra todo, se metieron en una definición impenada, donde iban a dar lo poco que tenían. Un equipo que contaba, en su mayoría, con jugadores que buscaban su segunda oportunidad en el fútbol luego de no lograrlo en los equipos grandes.

Por eso el gesto del Atlético Nacional de Medellín es, quizás, el más importante. Porque con su petición de entregar la copa Sudamericana al Chapecoense parece entender el dolor de la oportunidad perdida. Un equipo que recién se estaba acostumbrando a ganar y que podría haberse convertido en el inédito ganador de la Libertadores y Sudamericana, logro que ningún equipo colombiano había obtenido. Pero entendió el dolor de los hinchas. Las vidas no se pueden recuperar. Pero la oportunidad, esa oportunidad única donde se forja el temple de los hinchas, al parecer no está perdida. Y que un gigante como A. Nacional se ponga en el lugar de uno de los otros, es una buena noticia.

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