Por Cristóbal Fredes. Noviembre 11, 2016

Este sábado 12 de noviembre, el Madison Square Garden de Nueva York albergará el evento más importante en la historia de la UFC (Ultimate Fighting Championship). No sólo porque los fanáticos consideran que tiene el mejor cartel de peleadores de sus 23 años de existencia. No sólo porque el plato de fondo es Conor McGregor, un irlandés tan carismático como engreído y malhablado, a punto de ser el único en reinar en dos categorías.
La sola fecha en la Gran Manzana es una suerte de triunfo moral: se trata de la primera en esa ciudad. Eso, porque hasta hace muy poco el estado de Nueva York prohibía las peleas de artes marciales mixtas (MMA por sus siglas en inglés). Fue, de hecho, el último estado en aprobarlas.
El lobby para que sus legisladores cambiaran de opinión duró ocho años y participaron en el proceso peleadoras como Ronda Rousey, la otra superestrella de este deporte (quien el 2015 fue la tercera persona más googleada del mundo). Su presencia ayudó a que aceptaran que la UFC hoy es distinta a la de sus violentos inicios. A que entendieran que hoy sus breves peleas (10 minutos en promedio) están muy normadas y en varios aspectos llegan a ser hasta más seguras que las del boxeo, que tiene mayor tasa de lesiones graves.
Eso sí, las comparaciones más habituales con ese deporte se hacen fuera del “octágono” o “la jaula”, como se le dice al ring en la UFC. El auge de la UFC está desafiando en números al reinado del boxeo, cuyas grandes estrellas están en su ocaso. Este año, la pelea más vista en boxeo (Khan vs. Álvarez) no alcanzó ni la mitad de audiencia que su equivalente en la UFC (McGregor vs. Diaz II).
Varias razones explican esta y otras palizas. Se dice que, a diferencia del boxeo y sus numerosas empresas y campeonatos que confunden a la audiencia, en las MMA es una sola organización, la UFC, quien concentra a los mayores exponentes del deporte. Otro factor es su asalto global: grandes eventos de la UFC se celebran no sólo en Estados Unidos sino en Inglaterra, Australia, México o Brasil, país que tiene un considerable número de peleadores, debido al prestigio del brazilian jiu jitsu, la mejor técnica para pelear en suelo.
Capturar el espíritu de los tiempos y buen olfato para el marketing son otras causas de su éxito. Basta ver sus videos promocionales, sus acaloradas conferencias de prensa o el persistente seguimiento que se le hace por YouTube a cada peleador antes de un evento para comprobarlo. Tienen también un reality show (The Ultimate Fighter), que partió humildemente en 2005 y hoy suma 24 temporadas y versiones en distintas partes del planeta, Latinoamérica incluida.
La notoriedad de la UFC ha disparado el interés por las artes marciales mixtas en general. Hoy se multiplican los gimnasios de este deporte en el mundo, algo que de alguna manera captura la serie Kingdom (de DirecTV), una de las ficciones con mejor crítica del último tiempo, y sin asociación con la UFC.
La importancia que se le asigna al marketing en la UFC pudo apreciarse a mitad de año, cuando al propio Conor McGregor lo bajaron de un evento por negarse a grabar un video promocional. El impetuoso Dana White, presidente y socio minoritario de la UFC, no titubeó en marginar a su mayor estrella, dejando claro que el show es lo que manda.
Meses atrás, la empresa fue adquirida en US$ 4 mil millones por la agencia de talentos WME-IMG, en una de las transacciones más comentadas del año. Y hace pocos días, Forbes la ubicó en el séptimo lugar de las marcas deportivas más valiosas del mundo. El año 2000 había sido adquirida (entre otros, por White) sólo por dos millones de dólares. Vaya ascenso.

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