Por Andrea Slachevsky, neuróloga, vpdta. Coprad, Clínica Alemana y Gero - U. Chile Octubre 21, 2016

En su novela futurista Carga de Alma, el escritor Romain Gary imagina una nueva arma resultante de un combustible avanzado proveniente de la energía de las almas que exhalan los cuerpos al morir. Al enterarse, un senador exclama: “Al diablo con la verborrea científica, profesor, lo que usted nos dice es que el alma humana es un arma devastadora de una potencia de destrucción ilimitada”. Aparentemente, el atormentado senador tiene razón. La violencia irrumpe incesantemente en la historia humana: el Banco Interamericano de Desarrollo estima que 135.000 personas fueron asesinadas en 2015 en América Latina y el Caribe. Según el Instituto para la Economía y la Paz (IEP), el costo mundial de la violencia en 2015 equivalió nada menos que al 13% del producto interno bruto mundial.

Las curvas de la violencia muestran que los factores genéticos y neurobiológicos no son inmutables y son modulados por factores ambientales, en especial la interacción humana.

El estudio científico de la violencia es esencial para entender el impacto de factores sociales, ambientales, genéticos y neurobiológicos en su expresión. Para empezar, ¿qué es la violencia? Según Alan Page Fiske y Tage Shakti Rai, en el libro Virtuous Violence, un acto es violento cuando “su autor considera infligir dolor, sufrimiento, miedo, angustia, lesiones, mutilaciones, desfiguración o la muerte como el medio intrínseco, necesario o deseable para conseguir sus fines”.

Una de las características sobresalientes de la violencia es la fluctuación de su ocurrencia. Según los investigadores Rolf Loeber y Dustin Pardini de la Universidad de Pittsburgh, existe a nivel del individuo una curva del crimen en función de la edad, que incluye delitos contra la propiedad y agresión a terceros, cuyo máximo ocurre en la adolescencia. A nivel de la sociedad existe una variabilidad tanto geográfica como temporal de la violencia, con cambios significativos de la tasa de violencia en lapsos de pocos años.

Las curvas de la violencia muestran que los factores genéticos y neurobiológicos no son inmutables y son modulados por factores ambientales, en especial la interacción humana. Las neurociencias diferencian dos formas de violencia. La agresión reactiva, que se manifiesta en repuesta a una frustración o amenaza, es un mecanismo de defensa presente en todo el reino animal. La agresión instrumental, en cambio, usa la violencia para lograr un objetivo determinado. La agresión instrumental no es exclusiva de individuos con rasgos psicopáticos: los autores, en Virtuous Violence, sugieren que a menudo el agresor la justifica moralmente, piensa obrar bien, motivado por una emoción moral como la lealtad o la indignación. ¿Cómo es posible creer obrar bien y a la vez infringir una regla moral fundamental: no matar a un ser humano? Como sugiere David L. Smith en Less than human, no basta parecer humano para ser considerado un ser humano y ser tratado como tal. Los humanos seríamos propensos a deshumanizar al extraño, a ser crueles porque el otro es menos que un humano.

¿Estamos entonces condenados a la eterna violencia? Quizás la mayor esperanza proviene de la misma guerra: durante la Segunda Guerra Mundial, dos tercios de los soldados norteamericanos reconocieron no haber podido disparar contra el enemigo. De hecho, para quebrar esa inhibición moral, el ejército cambió las técnicas de entrenamiento y empezó a usar blancos con forma humana. Además, el estrés post traumático de los veteranos de guerra se debería más al daño moral causado por matar que al miedo de morir.

Estos dos ejemplos sugieren que la enseñanza moral puede inhibir la violencia. Pero la violencia seguirá ahí. Como constata uno de los protagonistas de Carga de Alma, “de acuerdo, somos todos unos despreciables de mierda en nosotros sin terminar con el resto. Usted termina con la mierda, pero también elimina la belleza... No más íconos. No más aureolas doradas. No más amor”. Quizás, entender las causas de la violencia pueda ayudarnos a entrenarnos con blancos que, a diferencia de los del ejército, refuercen nuestra inhibición moral.

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