Por Daniel Gómez Yianatos Octubre 14, 2016

En el debut de New Order en Chile, en 2011, entre el público que llegó al Movistar Arena se pudo distinguir uno que otro fanático con la camiseta de Unknown Pleasures, el primer disco de Joy Division, la banda que se reconvirtió en New Order tras la trágica muerte del vocalista Ian Curtis en 1980.
Parte de ese público, no tan entusiasmado con el dance ni la electrónica, explotó de emoción cuando los ingleses cerraron su presentación con “Love will tear us apart”, la única canción que tocaron de los viejos tiempos y que el guitarrista Bernard Sumner definió en el imperdible New Order, Joy Division y yo, recientemente publicado en castellano, como “un corte en carne viva de una vida real, atrapada en el tiempo”.

Ese himno, que condensa la severa depresión de Curtis y la culpa que sentía por fallar a su esposa Debbie, repitió el efecto en la actuación del Lollapalooza 2014 en el Parque O´Higgins, aunque en esa ocasión agregaron “Atmosphere”, lo más parecido a un réquiem dentro del post punk, condición que también le debe mucho al video en blanco y negro del holandés Anton Corbijn, el mismo que dirigió la premiada película Control con la vida de Curtis.

El luto por Curtis es imborrable. Por más que los sobrevivientes entendieran con audacia que habían llevado la oscuridad a un límite y que los sintetizadores también podían servir para mantener la intriga de una forma más alegre, parece persistir un vacío en sus recitales, al menos en Chile.

Antes que Pellegrini, Bravo o la viña Concha y Toro nos hicieran pensar Mánchester en clave local, el espíritu de esta ruda ciudad, como al menos lo era hace 30 años, sintonizó con el ánimo que existía en esta parte del mundo. En Chile, Joy Division fue una banda totalmente de culto y no tuvo promotores entusiastas, como ocurrió en Argentina con Luca Prodan, quien, sin complejos, como siempre, bautizó un disco de Sumo como Divididos por la Felicidad.

¿Cuánto se parecía el Santiago en la probeta de los Chicago Boys con el Mánchester industrial que avizoraba el shock de tener a Margaret Thatcher en Downing Street? Aquí era imposible que se desatara la locura de la manera en que reventó en Mánchester. Los Prisioneros nunca hubiesen organizado la exhibición de una película pornográfica para los mineros de Codelco en algún galpón perdido en San Miguel, como lo hicieron los veinteañeros Joy Division, según cuenta Sumner en su libro. Pero sí surgió una canción como “Muevan las Industrias”.

New Order se presentará el 4 de diciembre en el Teatro Caupolicán. Podemos aventurar que el setlist incluirá “Ceremony”, tal como en sus recitales anteriores. Es el puente entre Joy Division y New Order. Se hizo con el fin de infundir ánimo a Curtis, pero no alcanzaron a grabarla. Quedó en el limbo con una letra que el suicidio del vocalista hizo aun más desgarradora: “Oh, los derribaré a todos/ sin mostrar piedad/ el cielo sabe que tiene que ser esta vez”.

“Ceremony” fue un parto en el estudio de grabación. Necesitaban desprenderse del pasado y emprender un nuevo sonido. Probaron varias fórmulas, incluso con Sumner imitando a Curtis, pero luego afloró la impronta musical que pronto llevaría a estos muchachos de Mánchester, a quienes también sus profesores les dijeron que perdían el tiempo estudiando porque su destino era ser mano de obra barata, hacia el estrellato mundial.

Prestar atención a “Ceremony” en el Caupolicán puede ayudar a entender el vacío y por qué en algún momento la vibración de la fría y austera Mánchester de hace algunas décadas rebotó con fuerza en un lugar tan remoto como Chile.

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