Por Andrea Lagos A, académica Periodismo UDP Octubre 14, 2016

El 4 de noviembre, cuando se vote al sucesor(a) a la Presidencia de EE.UU., será un día de triunfo para el ganador, pero también una noche de despedida. Y muy triste para muchos.
Barack Hussein Obama estará a 75 días de dejar el poder que ha ostentado por ocho años (2009-2017).
Cuando deje la Casa Blanca, el 20 de enero de 2017, comenzará a escribir sus memorias. Su agente literario, Andrew Wylie, adelantó que se le pagará un anticipo de entre US$17 millones y US$20 millones por el libro. Las ganancias posteriores son incalculables.

Es el afroamericano que logró llegar a la Presidencia incluso antes que una mujer en el país más poderoso del mundo. Tomando en cuenta que sólo en 1965 los estadounidenses de color —como Obama— ganaron su derecho a voto, no está mal. Más encima, es un afro de madre blanca que, para los locales, no era lo suficientemente negro, pero que para los blancos, era lo suficientemente negro para romper cualquier esquema llegando a la cima.
Obama es el hombre al que una sola consonante lo distancia de Osama, quien fuera el más siniestro terrorista del mundo.

Los gerentes de las grandes cadenas de retail de EE.UU. están inquietos. En un esfuerzo por acercarse al norteamericano medio, Michelle Obama y sus hijas se han vestido —en el día a día— con marcas masivas como J. Crew, The Gap, Liz Claiborne e incluso con ropa de almacenes populares como Target. La caída del precio de las acciones de estos gigantes se ve venir con el desalojo de la familia de la Casa Blanca.

En YouTube se han viralizado videos de bebés que comienzan a hablar y lloran en cámara por largos minutos cuando sus madres les informan que: “There is not gonna be more President Obama”. Nunca más.

¿Cuántos pueden imaginar EE.UU. sin Barack Obama en el paisaje? Esa garza morena, de voz profunda, cálida y abrazadora. Esa familia perfecta, con la esposa atractiva e inteligente, pero no ambiciosilla como lo fue Hillary Clinton. Un par de hijas aplicadas, elegantes y quitadas de bulla. ¿Se puede concebir el país del Norte sin un presidente que viajó al funeral del asesinado representante afroamericano de Carolina del Sur y cantó solo y espectacularmente, el “Amazing Grace”?

Obama fue el primero en izar sobre la Casa Blanca la bandera del orgullo gay cuando la Suprema declaró el derecho constitucional de parejas del mismo sexo a casarse.
En agosto de 2015 reabrió la embajada de EE.UU. en Cuba, el primer paso para restablecer relaciones entre ambos países tras 54 años. Meses después, en marzo de 2016, voló a la isla. Fue el primer viaje de un presidente de EE.UU. desde que en 1928 Calvin Coolidge la visitara. Los cubanos que no entraron al Teatro de La Habana observaron con los ojos enrojecidos las imágenes imperfectas de Obama y de Raúl a través de sus televisores rusos.

Obama es más que logros o derrotas. Es un sentimiento. Es el inconsciente colectivo.
Logró sacar, muy lentamente, a EE.UU. de la crisis subprime en que estaba sumido el país con George W. Bush (creando más de 15 millones de empleos), ideó el Obamacare para los más desfavorecidos, aunque las clases medias continuaron con su problema de salud sin solucionar. Consiguió el liderazgo mundial para luchar contra el efecto invernadero sobre el cambio climático, bajó la presión de un ataque nuclear firmando un pacto de no agresión con Irán. Su gobierno capturó y dio muerte a su némesis, Osama bin Laden, líder de Al Qaeda. No se arrugó en retirar a su país de la guerra de Irak (2011), donde EE.UU. no fue triunfador. Se las arregló para legislar con los republicanos sin antagonizar: no tenía los votos para aplastarlos. Suma y sigue.

En EE.UU. existen poleras que dicen “Felicia”. Se usan cuando el que se va es alguien que le importa un rábano a la gente. Se vendieron mucho cuando W. Bush dejó la Presidencia (2009) y cuando su padre, H. Bush, terminó su mandato en enero de 1993. Con Obama, no circulan las “Felicia”.
“A diferencia del ex presidente Bill Clinton, Obama es alguien genuinamente respetuoso, que no hace esfuerzos por seducir a nadie”, ha dicho a The New Yorker, David Axelrod, el estratega de su primera campaña a la Casa Blanca.

A Obama no le agrada asistir a las cenas de recaudación de fondos, obligatorias para cualquier político en EE.UU. No se muestra molesto, pero no hace “la Clinton”. El ex presidente Clinton es un maestro de la extroversión y del “charm”. Con una memoria privilegiada para recordar nombres y caras, su efecto atracción interpersonal, no ha sido igualado.

Barack dejará atrás las manifestaciones evidentes de su gran importancia. Ya no contará con “La Bestia”, esa limusina Cadillac construida con materiales como titanio, aluminio, acero, y que asegura la vida al presidente de ataques de bombas y químicos. Sus puertas son tan pesadas como las de un Boeing 757. En el maletero lleva el equivalente a una transfusión de sangre del tipo de Obama, por si es necesario resucitarlo de una muerte segura. También quedará fuera de la vida del presidente un personaje que no se despega. Es Marvin Nicholson, un tipo alto y desgarbado, de unos 40 años: el director de viajes. Le lleva el maletín y la chaqueta, rocía con gel desinfectante las palmas de las manos del presidente luego de saludar a decenas de adherentes. Le acarrea los lápices y destacadores, las notas, las pastillas Nicorette —que consume para conseguir no fumar—, el Advil para el dolor de cabeza, las píldoras para la garganta, el iPad, el iPod, el iPhone, las barras de proteínas y la botella de té Black Forest Berry Honest.

Lo que Obama anhela algún día es salir de la burbuja. Ser normal. Caminar por un parque, entrar a una librería, conversar con un anónimo en alguna cafetería de barrio. Sin fotos, sin selfies, sin autógrafos, sin celulares grabando. Sin embargo, después de haber cambiado la historia, ¿será posible que Barack Hussein Obama consiga ser un simple parroquiano?

“El día que Obama se vaya, deje el poder y se dedique el resto de su vida sólo a jugar golf…”. Esta fue una de las tantas frases célebres de Donald Trump en el primer debate presidencial. Y pasó desapercibida. No se multiplicó en tuits. Trump pronosticó la irrelevancia de Obama. Ni en EE.UU., ni en el mundo existen aún oídos para escuchar algo así.

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