Por Felipe Hurtado H. Octubre 28, 2016

Generaciones enteras de hinchas de los Chicago Cubs han nacido, crecido y muerto sin saber lo que significa ganar la Serie Mundial del béisbol estadounidense. Una larga tradición de derrotas que se ha transformado en un karma centenario que incluye a un animal maloliente, a un fanático caído en desgracia y a un equipo decidido a torcer su historia.

La historia se remonta a los días posteriores al fin de la Segunda Guerra. Después de intentarlo durante siete temporadas, en 1945 los “Cachorros” por fin volvieron al Clásico de Otoño. Llegaban al cuarto partido ante los Detroit Tigers en ventaja de 2-1 y se aprestaban a asegurar la corona con dos encuentros en casa, en Wrigley Field.

Entre las 43 mil personas que esa lluviosa tarde del 6 de octubre repletaron la cancha se encontraba una particular pareja: Billy Sianis y su mascota, una cabra llamada Murphy. Compró entradas para cada uno, sin embargo sus intenciones fueron interrumpidas por un grupo de hinchas, que reclamaron por el hedor de la chiva y exigieron su salida.

La determinación no cayó nada bien en Sianis, quien al salir del recinto habría dicho: “Los Cubs no ganarán esta serie ni ninguna más”. Otra versión de la leyenda asegura que se trató de un telegrama al dueño del equipo, P. K. Wrigley, a quien le hizo la misma advertencia.

Chicago perdió ante los Tigers esa tarde y cuatro días después también se le escapó la corona.

Nacía la “maldición de la cabra”.

Desde ahí los Cubs han rozado cuatro veces la Serie Mundial, pero la final de la Liga Nacional ha sido una muralla infranqueable. La ocasión en que más cerca estuvieron de superarla fue en 2003, cuando hasta la penúltima entrada del sexto partido de la serie, que le ganaban 3-2 a los Florida Marlins, estaban 3-0 arriba.

Entonces, sucedió lo impensado.

Una pelota alta de foul parecía destinada al guante del jardinero izquierdo Moisés Alou, quien corrió a buscarla junto a las gradas con la confianza de quien no tiene duda alguna de alcanzar su propósito. Jamás pensó que Steve Bartman, un acérrimo seguidor de los Cubs, intentaría lo mismo. Fue un acto reflejo e inexplicable, que terminó por desmoronar al equipo, que perdió ese encuentro, el siguiente y, por ende, la confrontación.

Bartman fue insultado y debió salir escoltado del estadio. No se le ha vuelto a ver por ahí. Vive su vida alejado de sus queridos “Cachorros”; no da entrevistas y tampoco ha aceptado las ofertas que le han hecho para libros y comerciales.

El sábado 22 de octubre de 2016, el día en que se cumplían 46 años de la muerte de Billy Sianis, el asiento que Bartman ocupó esa infame noche de 2003 en Wrigley Field estuvo vacío. No pudo presenciar en directo la victoria de los Cubs sobre los Dodgers con que ratificaron su regreso a la Serie Mundial después de 71 años. La fiesta se tomó Chicago.

Para muchos, era el fin de la maldición, porque pudieron celebrar otra vez. Para otros, aún falta un paso.

En la final al mejor de siete partidos que arrancó el martes enfrentan a los Cleveland Indians, una franquicia que desde 1948 no alcanza el título. La racha de los “Cachorros” va más allá: viene desde 1908 y sólo es comparable con la del Preston North End, que no festeja en la máxima categoría del fútbol inglés desde 1890.

Los actuales jugadores y directivos de los Cubs se desmarcan de su pasado. “La historia no pesa verdaderamente en este club”, dijo su presidente de operaciones, Theo Epstein, quien en 2004 acabó con otra maldición legendaria, la del “Bambino” en los Boston Red Sox. Prefieren confiar en su presente a hacer las paces con una cabra.

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