Por Juan Meriches R. Octubre 28, 2016

Han pasado diez días desde que terminó Desert Trip, el evento que reunió a un puñado de los más importantes exponentes de la historia del rock en la localidad de Indio, California. Y mientras más pasan los días, mayor es el convencimiento de que se trató de un hito único e irrepetible para los que gozan del rock.

Lo que Bob Dylan, The Rolling Stones, Neil Young, Paul McCartney, The Who y Roger Waters mostraron durante esos tres días en ese escenario fue la constatación de que su esencia rockera sigue intacta.

La escenografía, la calidad del sonido, la buena onda del público, pero sobre todo el talento musical de estos seis monstruos, permitieron traer de vuelta el espíritu de los años 60 y 70, como si una máquina del tiempo los hubiese trasladado sin escalas hasta 2016.

Dylan, fiel a su estilo, no pronunció palabra alguna hacia el público, pero a través de su piano, armónica y voz rasposa dejó en claro por qué recién había sido anunciado como nuevo Premio Nobel de Literatura. Mientras, los Stones en lo suyo. Una fiesta de rock, con el despliegue escénico de Jagger a tope y con un show de pirotecnia que encandiló a las más de 70 mil personas que llegaron hasta el Empire Polo Club de Indio.

Neil Young combinó su repertorio más reposado con la furia de su guitarra para clásicos como “Keep on rockin’ in the free world”, y Sir Paul se dio un paseo de quien sabe que podría tocar 4 recitales completos sin repetir ninguna canción. Un crack.

Lo de The Who fue conmovedor. Townshend y Daltrey parecían niños, felices de volver a tocar juntos, dándolo todo, con molino de guitarra y un repertorio lleno de hits. Y Waters con una puesta en escena espectacular, a la que ya nos tiene acostumbrados, sumado a una ácida crítica a Donald Trump, con cerdo inflable incluido.

La mayoría del público superaba los 50 con creces, los que en grupos de amigos fueron a rendir tributo a sus viejos ídolos de la adolescencia. Para ellos, y para todos los que asistieron, la entrega de los viejos cracks fue lo que estaban esperando.

Muchos dijeron en la previa que este era un festival de músicos en el ocaso de sus carreras, que seguían disfrutando de los beneficios de los hits que habían lanzado hace más de cuatro décadas. McCartney bromeó con que quizás el próximo año no estarían y Jagger hizo lo propio llamando al festival un “parque de dinosaurios”.

De algún modo, Desert Trip fue el inicio de la despedida masiva de una generación, una marcada por Woodstock y los movimientos estudiantiles de fines de los 60, que ya ha perdido a varios héroes en el camino y que sabe que está quemando los últimos cartuchos. Tal vez por eso muchos de ellos pusieron énfasis en recordar anécdotas y agradecer al público y a los que ya no están, como Lennon, Harrison y Keith Moon.

Sin embargo, también fue un tapaboca enorme y una lección para las nuevas generaciones de rockeros: los viejos dinosaurios no han perdido el espíritu. No sólo dejan un legado enorme, sino que siguen vigentes hasta el final.

La noche del desierto californiano fue testigo de que las leyendas del rock no callan, al menos no todavía.

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