Por Braulio Fernández Biggs, Universidad de los Andes Octubre 14, 2016

“El teatro isabelino” es el período que va desde 1576 a 1642, donde floreció el género dramático en Inglaterra y particularmente la obra de William Shakespeare. Sin embargo, y como ocurre con toda periodificación histórica, se trata de una convención: las fechas no coinciden exacta ni enteramente con el reinado de Isabel I Tudor (nacida en 1533; reinó entre 1558 y 1603, año de su muerte) y exceden con mucho la vida de Shakespeare (1564-1616).

1576 es el año de la construcción del primer teatro público propiamente tal en Londres desde los anfiteatros romanos: el Theatre (“Teatro”); 1642 es el año en el que el Parlamento inglés, de mayoría puritana, clausuró todos los teatros del país (se volverían a abrir veinte años después, tras la restauración de la monarquía, en 1660, con Carlos II). Aunque esta convención no es aceptada por todos, tiene el mérito de indicar dos eventos muy elocuentes y simbólicos.

Históricamente, el reinado de Isabel (hija de Enrique VIII y Ana Bolena) está signado por cuestiones que influyeron también en la actividad teatral de su tiempo y en la obra de Shakespeare: fue el reinado más largo de la historia de la monarquía inglesa hasta ese momento; liderado por una soberana que no tuvo sucesión, después de todo lo que esto implicó para su padre tras el término de la Guerra de las Dos Rosas, Isabel tuvo un papel primordial en la consolidación de la reforma protestante en el país; enfrentó permanentes conflictos con Irlanda y Escocia; y, sobre todo, la guerra contra España y el franco horror que sintieron los ingleses ante el potencial bélico hispano y su frustrada invasión.

El teatro isabelino es uno de los tres grandes momentos en la historia del teatro occidental, junto al griego del siglo V a.C. y el español de los siglos XVI y XVII. Esto tiene varias causas y explicaciones, pero las más relevantes parecen ser de índole socio-cultural: décadas de ingente y febril actividad teatral que “produjeron” dramaturgos, obras dramáticas y actores que sobresalieron para siempre. Asistir al teatro fue una importante actividad pública y social en la época.

Algunos datos para ilustrarlo. Hacia 1600, según Jeremy Boulton, la población de Londres no superaba los 200 mil habitantes y la total del país era de alrededor de 3 millones. La tasa de alfabetización bordeaba el 15%, por lo que el flujo de información era básicamente oral: conversaciones, la plaza pública, proclamas, edictos, sermones y… el teatro, que junto al Bear-baiting (“apaleo de osos”) y al Bull-baiting (“apaleo de toros”) fue la principal entretención de los londinenses comunes y corrientes. De este período conservamos 620 obras de teatro. Especialistas como Brian Vickers calculan la producción total en 3.000. Estas cifras son sorprendentes: unos 45 estrenos anuales en promedio, sin contar las funciones siguientes.

Esto explica en buena parte por qué la actividad teatral fue tan intensa. Había que responder a las demandas de un mercado muy exigente, activo y vigoroso: dotar a las compañías y a los productores de textos, muchos textos, bajo presión y dinero de por medio, claro. Para ello, se dieron todas las formas imaginables de colaboración y asistencia.

Si la población londinense bordeaba los 200 mil habitantes, y menos del 20% era asistente habitual, Andrew Gurr dice que “la mayoría asistió al teatro al menos veinte veces al año”. De hecho, agrega Charles Purdom, “si el promedio total de asistencia diaria a los teatros de Londres en 1595 es de 2.500 personas (lo que da un promedio semanal de 15.000 [excluyendo los domingos]), en 1601 no es menos de 3.000 y en 1605 no menos de 3.500. Es decir […] algo así como dos de cada quince personas de la población total de Londres asistían a los teatros cada semana” durante este período. Hablamos de un promedio de un millón de visitas al año.

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