Por Francisco Aravena, conductor de Tele13 Radio Septiembre 23, 2016

Lo dijo Barack Obama en su discurso en la Convención Nacional Demócrata: “Esta no es la típica elección”. Se refería a todo lo que está en juego; en otras palabras, a todo lo malo que puede pasar si Donald Trump llega a convertirse en presidente de Estados Unidos. Fue una manera más de decir lo que en esta campaña se ha dicho de muchas formas distintas. No es una elección entre demócratas y republicanos, es derechamente un flirteo con una pesadilla cuasi apocalíptica. En ese sentido, para los opositores a Trump, la dimensión histórica de la posibilidad de tener a la primera mujer presidenta se desvanece en relevancia al vértigo de tener en el umbral de la Oficina Oval a un megalómano, egocéntrico, racista, xenófobo, misógino, matón y financieramente deshonesto, por decirlo de modo suave.

Quizás por lo mismo, es indiscutible que Donald Trump es la estrella de este proceso eleccionario. Es el factor desequilibrante, distinto, colorido, insólito. Está dicho hasta el hartazgo, pero la proximidad del primer debate televisado de esta campaña presidencial es la mejor ocasión para decirlo una vez más: Donald Trump es un personaje de televisión, de la televisión de hoy —o de lo peor de ella—, donde la provocación seduce y lo correcto aburre, donde la entretención manda, donde quien es capaz de sorprender tiene a las cámaras y las pantallas a sus pies.
Nadie lo dijo mejor que Les Moonves, el CEO de la cadena CBS, en febrero de este año, mirando los ratings: Trump “puede que no sea bueno para Estados Unidos, pero es condenadamente bueno para CBS”.

Por eso, el único suspenso en los días previos al primer enfrentamiento televisivo de Trump con Hillary Clinton tiene que ver con el protagonista de la temporada. Y la expectación es alta. El asunto está en tal nivel que los analistas republicanos más optimistas apuestan a que Trump sorprenderá positivamente a todo el mundo manteniendo sobriedad, control, racionalidad. En otras palabras, si no se muestra como un loco, un abusador, un irresponsable, un arrogante, será todo un éxito. Parecer, al menos parecer normal será un éxito. La tarea, estratégicamente, si su objetivo es ser elegido presidente, es no asustar. Es calmar al electorado indeciso racional, que no confía en Hillary Clinton pero no quiere sentir que está votando por un loco irresponsable.

Por supuesto, eso sería un fracaso del show. La televisión, que ha convertido a Trump en un candidato presidencial con posibilidades, vive de sus excesos, de sus exabruptos, de su desafío constante a las reglas de lo que se puede hacer en televisión y en política (en cierto sentido una es indistinguible de la otra). Los fans duros de Trump, aquellos que van a votar por él de cualquier modo, de seguro esperan algo de sangre. Que muestre los colmillos. Que ponga a Hillary en su lugar. Que diga las cosas “como son” a un país demasiado “débil”, domado por la corrección política, gobernado por “perdedores”. Los analistas demócratas apuestan justamente a que Trump no resista justamente esa tentación. Apuestan a que el rol de Hillary Clinton sea quedarse ahí, ser normal, ser sobria, ser aburrida, y en ningún caso entrar al patio de colegio donde él es el matón, porque en eso no hay posibilidad de ganar. En otras palabras, debe esperar a que Trump se deje llevar, darle cuerda, dejar que sea él mismo.

Mal podría decirse que en el pasado inmediato las campañas y los debates televisivos han sido elocuentes exposiciones de políticas públicas e ideas, donde se declara ganador a quien ha resultado más persuasivo. Pero esta vez, antes de que los candidatos suban al set armado en Hempstead, en el estado de Nueva York, para enfrentar las preguntas de Lester Holt, podemos apostar de qué se tratará el show, y sobre quién estarán los focos. Si hoy en día un debate lo gana quien logra más menciones, comentarios, tuits y retuits, y domina la conversación del día siguiente, es bastante fácil adivinar el resultado.
Que eso sirva para ganar esta elección es otra historia.

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