Por Diego Zúñiga Contreras, desde Bonn Septiembre 23, 2016

La política tiene esas cosas extrañas que la hacen tan especial, cosas como que los que salieron quintos en una elección son vistos como los vencedores, mientras que los que quedaron segundos tienen que soportar que los medios y los expertos hablen de la derrota, la caída y la debacle. Suena raro, pero lo ocurrido en las elecciones regionales de Berlín del 18 de septiembre tiene esos ingredientes. Y tiene cierta lógica: los quintos entraron al Parlamento local pasando de 0 a 25 escaños y los segundos no sólo pierden ocho representantes, sino que verán de lejos cómo otros negocian la formación de un gobierno local del que ellos forman parte hasta ahora.

Por si no queda claro: los quintos son Alternativa para Alemania (AfD), el partido euroescéptico e islamófobo que ha cosechado éxitos en las recientes elecciones regionales y que ha sacudido la política germana desde su fundación, en 2013, y desde 2015, cuando decidieron tomar como bandera de lucha el rechazo a la política de puertas abiertas a la inmigración. Esa política fue idea de la canciller Angela Merkel, presidenta de los segundos, de la Unión DemócrataCristiana (CDU), el partido que hoy gobierna en Berlín como soporte de los socialdemócratas.

Lo que hay que hacer en este caso es mirar las elecciones dentro de su contexto, más allá de las particularidades que tiene el proceso en la capital alemana. Berlín es una ciudad más abierta y liberal que los feudos orientales donde AfD ha obtenido sus mejores números. Por eso nadie esperaba que los ultraderechistas pudieran dar una sorpresa. Sin embargo, nadie puede obviar que su 14,2% es una cifra respetable. “Eso quiere decir que el 90 % no los votó”, dijo el vicecanciller de Alemania y presidente de los socialdemócratas, Sigmar Gabriel, intentando bajar el perfil al avance de Alternativa para Alemania.
Con esa lógica, podríamos decir que el 80% tampoco votó a los socialdemócratas, que ganaron las votaciones, pero cosechando sus peores cifras en años. Ahora viene la negociación para formar gobierno y lo más probable es que socialdemócratas, izquierdistas y ecologistas se sienten a conversar y alcancen los acuerdos necesarios, relegando a la CDU de Merkel al papel de oposición. Un escenario que, creen algunos, podría replicarse en las elecciones de 2017. Si la CDU no obtiene buenas cifras en las próximas regionales, perderá su poder político y caerá inexorablemente. Si eso ocurre, sin ninguna duda todos apuntarán hasta la hace poco intocable canciller.

Hasta antes del estallido de la crisis de los refugiados, la jefa de gobierno gozaba de altísimos niveles de popularidad y era respetada y temida por todos en el mundo político. Pero cuando ella dio la orden de abrir las puertas del país y entraron casi un millón de personas, comenzó a crecer el descontento, uno que hunde sus raíces no solo en el temor a lo desconocido, sino también en la abierta intolerancia y muchas veces en la xenofobia. Y ahí se vino todo abajo. Merkel empezó a perder el favor de las encuestas y AfD supo leer correctamente, si se puede usar esa palabra en este caso, lo que estaba sucediendo. ¿Quieren islamofobia, quieren xenofobia, quieren nacionalismo? Pues eso les daremos.

La caída de la CDU en Berlín, que se suma a otros resultados catastróficos, como los de comienzos de mes en Mecklemburgo-Antepomerania, no hace sino confirmar que Merkel hizo lo correcto en el momento incorrecto. Así lo ha entendido ella, que un día después de las elecciones dijo estar segura de que abrir las puertas era lo indicado, pero reconoció que hubo errores en los procedimientos y adelantó que no se repetirán avalanchas de inmigrantes. Se acabaron las fronteras abiertas. Y, más allá del 14,2% que obtuvieron en Berlín, ese es el verdadero triunfo de los ultraderechistas.

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