Por Fernando Wilson L. profesor de Historia, Facultad de Artes Liberales UAI Septiembre 30, 2016

La muerte de Shimon Peres implica uno de los últimos peldaños en el paso a la historia de los fundadores de Israel. Nacido en Polonia en una familia judía laica, adheriría tempranamente al sionismo y al proyecto de construcción de la nación judía en Palestina. Parte de los líderes jóvenes del Haganá, movimiento insurgente que constituyó la base de las actuales fuerzas de defensa israelíes, Peres participó en la Guerra de Independencia, obteniendo material militar para las fuerzas israelíes en complicadas operaciones de contrabando y adquisiciones en el mercado negro. Posteriormente iniciaría una extensa carrera política como funcionario dentro del Ministerio de Defensa y sería parte de los enérgicos y decididos jóvenes que acompañarían a David Ben-Gurión en la construcción bajo fuego de los primeros días del Israel independiente.

A corto andar pasaría a ocupar distintos cargos ministeriales, donde destacaría por su mezcla de pragmatismo con afabilidad y extraordinaria capacidad negociadora, la que se demostraría docenas de veces en muy difíciles eventos, tanto propiamente políticos como de operaciones de control interno y militares. Pasaría luego en dos ocasiones por el cargo de primer ministro y coronaría una brillante carrera política como presidente.

Su legado es importante. Cada grupo en Israel, Palestina y el mundo seleccionará miradas desde su peculiar perspectiva.

Todo lo anterior puede leerse como un obituario más de un político fallecido, pero la diferencia de Peres radica precisamente en su capacidad de analizar y comprender el medio político israelí y de Medio Oriente mucho más allá que la mayoría de sus pares. Comprendió desde temprano la necesidad de una paz permanente con el mundo palestino, y tuvo el valor moral para comprender esa conclusión en acciones concretas. Su foto en los jardines de la Casa Blanca con Yasser Arafat pasó a la historia por derecho propio, pero incluso tras la complicación severa de las conversaciones de paz palestino-israelíes, siguió apoyando un proceso de paz que se volvía cada vez más impopular ante las acciones violentas de los radicales de cada bando. Peor aún, en el contexto de gobiernos como los de Sharon o Netanyahu, pasó a ser claramente un contradictor de los partidarios de la línea dura. Su postura de combinar impecables antecedentes personales en lo que al compromiso con la idea del Estado de Israel iba, pero con una extensa y profunda vocación de paz y el ya mencionado pragmatismo se plasmó en múltiples declaraciones, libros, artículos y acciones en pos de consolidar la coexistencia entre dos sociedades tan quebradas como la israelí y la palestina.

Su legado es importante. Cada grupo en Israel, Palestina y el mundo seleccionará miradas desde su peculiar perspectiva. Algunos preferirán recordar su rol en el increíble rescate de Entebbe, cuando fuerzas especiales israelíes montaron un audaz rescate de los pasajeros secuestrados en Uganda. Otros se quedarán con los Acuerdos de Oslo, cuando fue capaz de plantear que no le extrañaría que los palestinos pudieran ser sus mejores amigos. Lo relevante es que fue la misma persona, que, sin transar sus valores y la idea de una sociedad y Estado libres para el pueblo judío, pudo a la vez comprender la crítica necesidad de asegurar la convivencia de esta sociedad con sus vecinos. Como muchos soldados y políticos en tiempos difíciles, fue capaz de entender lo que realmente significaba la paz y el atroz precio de no conseguirla.

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