Un refugio en algún sitio entre Kirguistán y Kazajistán. Un búnker, si se quiere, construido con tecnología de punta donde un grupo de investigadores intenta dar el gran paso: suspender la vida de los enfermos hasta el día cuando sus males tengan cura. Entonces los despertarán para recibir su tratamiento y, una vez sanos, vivirán por muchos años. Tal vez demasiados.
Hasta aquí, apenas el argumento de la historia. Lo apabullante es la pregunta que comienza a germinar cuando seguimos la trama: ¿Cuánto cambian las dudas existenciales de la humanidad a medida que avanza la tecnología?
Este es el motor que mueve Cero K, reciente novela de Don DeLillo. Tal como lo ha hecho en las últimas décadas, la narrativa del norteamericano hace foco en cómo el hombre enfrenta su propia naturaleza y la forma en que el mundo que hemos construido, desde la economía, desde la ciencia, desde el arte, nos determina más de lo que estamos dispuestos a reconocer.
La muerte como gran condicionante social es recurrente en los libros de DeLillo. En especial en ésta y en su aplaudida Ruido de fondo (1985). En palabras del crítico e investigador Patrick O’Donnell, el miedo a la muerte que exponen sus novelas “se refleja en la fascinación por la tecnología y la dependencia de productos que ofrezcan el mejor bienestar posible como una forma de evadir la certeza de no ser inmortales”.
Cero K, cuyo nombre corresponde a una unidad de temperatura llamada cero absoluto (-273,15 grados), cuenta la historia de Jeffrey Lockhart, quien llega a este centro experimental para acompañar a Ross, su padre, en el momento en que Artis, su madrastra desahuciada, ingrese a la cámara de congelamiento.
“¿Piensas en el futuro?”, le pregunta Jeffrey a la mujer. “¿En cómo será volver? El cuerpo será el mismo, sí, o incluso mejorado, ¿pero qué pasa con la mente? ¿La conciencia no se verá alterada? ¿Serás la misma persona?”.
En otro pasaje de la novela la pregunta regresa:
“¿Piensas en cómo será el mundo cuando vuelvas?”
Y ella responde:
“Pienso en gotas de agua”.
En manos de cualquier autor de ciencia ficción de mediana estofa esta novela sería un desastre. De seguro estaría colmada de palabras chisporroteantes como criopreservación, nanotecnología o del adjetivo “extraño” línea por medio. Pero DeLillo es un autor de estatura mundial y en vez de quedarse en los golpes de efecto, transforma su relato en una construcción en que las cosas no se dividen únicamente entre lo posible o lo imposible, sino en algo más sustancioso, como saber hasta dónde eres capaz de tolerar las decisiones de tus padres respecto de la vida y la muerte. O incluso peor: admitir que gracias al avance tecnológico el día de mañana ellos, los que quisieron entrar en una cápsula de conservación, podrían volver a la vida normal siendo más jóvenes que tú.
Esto, si se quiere, es el gancho. Lo que hay detrás de Cero K es una reflexión sobre el miedo a envejecer, a negarse a aceptar que una vez que no estemos el mundo seguirá su curso y tarde o temprano nos olvidarán, tal como nosotros lo hemos hecho con algunos de los que partieron.