Por Cristóbal Fredes Julio 29, 2016

El último capítulo de esta historia es sobre un conocido periodista de derecha, crítico del feminismo y autor de una cruel reseña de Cazafantasmas, siendo echado para siempre de Twitter por molestar en esa red a una de las protagonistas de la película, en una comentada medida tomada por el propio CEO de la compañía.

Pero la batalla cultural alrededor de Cazafantasmas partió hace dos años, cuando Sony anunció que preparaba un reboot y que —sorpresa— sería protagonizado sólo por mujeres.

La cultura geek, que adora la franquicia ochentera, es conocida por tomarse todo demasiado en serio. Y desde un comienzo se dijo que les pateó la idea de una Cazafantasmas femenina. Esa es la historia que contaron los medios: el vigoroso rechazo previo —y parte del actual— sería pura misoginia nerd. La evidencia estaba a la vista: el trailer de la película es el más odiado en la historia de YouTube (77% de desaprobación) y hubo campañas en internet para desprestigiarla. Es decir, vil trolleo. El propio director de la película, Paul Feig, ha alimentado esa visión.

Sin embargo, hay buenas razones para sospechar de ella. Para creer que el desprecio a la película fue sobredimensionado y hasta utilizado. Partiendo porque no hubo casi consideración con legítimos reparos. ¿No es acaso común que existan aprensiones ante cualquier remake? Cuando se lanzó el de Amazing Spider-Man, reboot de la película del 2002, su trailer tuvo un 60% de desaprobación. Y el de Cazafantasmas —en eso hay consenso— es particularmente malo. “Podrían haber sido hombres con los mismos chistes, e igual hubiese apestado”, dijo el director Kevin Smith.

Es probable también que los trolls sean un grupo muy minoritario atrayendo mucha atención. Así lo han observado algunos medios como Hollywood Reporter o la columnista del Washington Post y experta en temas de género Cathy Young. Ella cree que darle cobertura al trolleo ha servido para crear falsos antagonistas (como una sociedad que no acepta mujeres en comedia), además de hostilidad para cualquiera que tuviera reparos con la película. Cita el caso del youtuber James Rolfe, maltratado no por trolls, sino que por los medios al decir que no la reseñaría. También el de Ivan Reitman, director de Los cazafantasmas original, que fue criticado en el Huffington Post por afirmar que las aprensiones tenían que ver con nostalgia y no con sexismo. Ese medio publicó además una columna con un postulado curioso: hasta las objeciones legítimas eran “sexismo inconsciente”.

Estrenada la cinta, el ambiente enrarecido siguió con nuevas sospechas. Hubo quienes asumieron algo insultante: criticarla negativamente sería sexista. Richard Roeper, crítico del Chicago Sun-Times que la calificó de “desastre”, debió responder a esa acusación. “Me limité a hablar de la película, no de lo que la rodeó”, se defendió. Instaló sin querer una sospecha inversa: tratarla bien podría ser paternalista, condescendiente.

Eso último puede ser igualmente insultante, pero no es una hipótesis descabellada. “Tomen eso, misóginos”, es la tónica de muchas críticas positivas, que asumen la posición de quien defiende a una víctima, como lo hizo Peter Travers, en Rolling Stone.

Hay haters para las más diversas causas, pero hasta ahora nunca habían sido tomados tan en serio. Eso se vio también en el caso de Leslie Jones, la actriz de raza negra del elenco que fue hasta un late show a hablar de los insultos que recibió en Twitter.

Por su parte, el periodista echado de Twitter por participar en su hostigamiento, el provocador Milo Yiannopoulos (quien cree que esta Ghostbusters es un emblema de odio hacia los hombres, una tesis bastante pasada de rosca), gatilló todo un debate sobre la libertad de expresión. Lo defendió hasta WikiLeaks. Quién lo diría: una comedia de acción convertida en la cinta más polémica del año.

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