Por Diego Zúñiga Contreras, desde Bonn Julio 1, 2016

El domingo tras el referéndum que determinó la salida de Reino Unido de la Unión Europea, es decir el tan mencionado brexit, el diario más popular de Europa, el alemán Bild, publicó un especial de siete páginas con variadas informaciones sobre la relación entre el bloque comunitario y Londres. Uno de los capítulos se titulaba “¿Estaban realmente los británicos dentro de la UE?”. Allí se podía leer la larga lista de excepciones, privilegios y tratos con guante de seda que recibieron los ahora salientes miembros: no quisieron firmar el acuerdo de Schengen, se les hizo una rebaja en sus aportes a los fondos comunitarios cuando Margaret Thatcher, en 1984, exclamó su famoso “I want my money back” y no firmaron el pacto fiscal.

No sólo la prensa de masas estaba preocupada del tema, naturalmente. El prestigioso periódico económico Handelsblatt también profundizó en lo mismo. Sí, Reino Unido es (aún) un miembro poderoso de la Unión Europea, aporta el 13% de la población y el 17% del PIB del grupo. Pero nunca aceptó el euro, no abrió sus fronteras, podía elegir cuáles acuerdos adoptados por Los 28 en temas de seguridad interior y justicia le convenía suscribir y, ahora último, David Cameron había adelantado que dejaría de pagar algunos beneficios sociales a otros ciudadanos de la UE que viven en el Reino Unido.

Si lo analizamos de esa forma, y es así como muchos medios de prensa están analizándolo en Alemania, el brexit puede ser un asunto muy traumático a nivel económico, pero no tanto para el funcionamiento interno de la Unión Europea. Y a pesar de las intenciones declaradas de no pasarle factura a Londres por lo que sucedió en el referendo, poco a poco Europa se levanta del mazazo que supuso el 51,9% de apoyo a la opción de salirse del grupo y se repone para mostrar señales de fortaleza a costa de David Cameron, que quiso hacer una jugada maestra llamando al referéndum y terminó trasquilado. Muy trasquilado.

Nadie quería esto, pero pasó y “hay que asumir la realidad”, dijo la canciller alemana, Angela Merkel. “En política no estamos para actuar con venganza”, agregó. Pero las intenciones son unas y las realidades, otras. La primera señal de diplomático malestar se dio el martes en Bruselas, cuando a Cameron lo invitaron a solo una de las dos jornadas de la cumbre de la UE. Luego, fue recibido fríamente por el Parlamento Europeo, tras lo cual comenzó a sentir la presión de todos los sectores para que Londres oficialice a la brevedad los siguientes pasos. Y, para cerrar, la clara declaración del presidente de Francia, François Hollande, quien dijo que si el Reino Unido quería acceso al mercado comunitario, debía aceptar los cuatro pilares fundamentales de la UE: el libre tránsito de bienes, servicios, capitales y… personas. “Son todos o ninguno”, advirtió.

El problema de el Reino Unido es con las personas. Uno de los temores que más explotaron los seguidores del brexit fue el fantasma de la crisis de refugiados. Y al ponerles esa condición, los dirigentes de Bruselas están diciendo, en el fondo, que el sartén lo tiene la UE por el mango. Después de todo, son 27 países que —hasta ahora— han actuado unidos contra cuatro —Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte y Gales— que mostraron sus primeras discrepancias desde el momento mismo en que se conocieron los resultados del referéndum.

El triunfo del brexit pilló por sorpresa a muchos en Europa. Merkel, evidentemente contrariada, comentó los resultados por medio de la lectura de un breve comunicado, donde quedó en el aire el concepto de “punto de inflexión” en la historia del Viejo Continente. Algunos dicen que ahora ella deberá liderar la UE. En eso tampoco se prevé que haya un cambio tras el brexit. En realidad, el Reino Unido carecía de protagonismo político dentro de la comunidad y su importancia radicaba en su tamaño más que en su aporte real. Cameron nunca fue un faro en un grupo donde pesa mucho más la opinión del pacto franco-germano. Es en Berlín y en París donde se mueve la política internacional europea, y no en Londres. Fueron Merkel y Hollande los que impulsaron los diálogos con Ucrania, los que lideraron las sanciones a Moscú y fue desde Berlín donde se impulsó el cuestionado acuerdo sobre los refugiados con Turquía.

Londres, en los últimos meses, ha estado más preocupado de llevar agua a su molino. Cameron recorrió capitales europeas no para solucionar problemas de la UE, sino para que la legislación de Los 28 se acomodara a los intereses británicos. Por otro lado, una eventual consecuencia en términos de poderío militar no es esperable. Países extracomunitarios pueden actuar en las operaciones de la UE sin problemas y, además, Londres no perderá su condición de miembro de la OTAN.

Algunos sacan cuentas alegres: dicen que unos 10.000 puestos de trabajo serán trasladados desde Londres a Frankfurt. Otros tiran números y tiemblan: las subvenciones de la UE dejarán de llegar en algún momento a los campos de Irlanda del Norte y de Escocia, y nadie cree que serán reemplazados por fondos británicos. Sin duda el temblor despertó a Bruselas de su letargo burocrático, algo que puede ser incluso positivo para la UE, pero donde dejó edificios trizados fue en Londres. Ya lo dijo Hollande el martes 28 de junio: “Reino Unido asumió un riesgo y tendrá que vivir con las consecuencias”.

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