Por Felipe Hurtado H. Junio 24, 2016

Hubo dudas, montones de dudas, después de la primera fase de la Copa América Centenario. Más allá de la esperable derrota contra Argentina en el debut, las dificultades que Chile encontró para doblegar a Bolivia y la incertidumbre del nivel de Claudio Bravo —el capitán, el baluarte del fondo— contra Panamá colocaron una gran interrogante sobre el futuro de la Roja en el torneo y en el proceso de Juan Antonio Pizzi, además de sus capacidades para intentar retener el cetro que conquistó el año pasado en casa, más allá de que algunos puedan considerar esta como una defensa no oficial.
La histórica goleada sobre México modificó el panorama, le entregó nuevos bríos a la escuadra del entrenador argentino-español, que le bastó con notables 15 minutos iniciales frente a Colombia para confirmarlos. Cuando cada vez eran menos los que confiaban, el nuevo ciclo técnico de la Selección recuperó la credibilidad del medio y también la confianza propia.
Frente a Argentina, el domingo en Nueva Jersey, Chile cuenta con la oportunidad de conseguir un segundo título para su historia en menos de un año, un hito impensado hasta no hace mucho y que ratifica los pergaminos de la mejor generación de futbolistas locales de todos los tiempos, un calificativo que, a esta altura, ya no debería ser objeto de dudas para nadie.
Al frente estará el rival más linajudo posible, tal cual como ocurrió el 4 de julio pasado en el Estadio Nacional. Un adversario que no sólo llega a la definición con una campaña perfecta y con el aval de haber derrotado ya a Chile en el estreno de ambos en el campeonato; una victoria, por lo demás, merecida y en la que los transandinos pudieron imponer las diferencias que les entrega un plantel más diverso en individualidades.
Sin querer ser agorero, la posibilidad de una nueva caída no es descabellada. No obstante, el alza de la Roja —incluyendo los minutos que debió aguantar a Colombia en el tormentoso miércoles de Chicago— permite abrazar ilusiones.
Es cierto que Lionel Messi le mete miedo a cualquiera, sobre todo cuando aparece recuperado de las molestias físicas que lo obligaron a partir de a poco en este certamen. Su presente, su hambre para dar por terminada la larga sequía de 23 años con que cargan los albicelestes y el buen rendimiento de varios de sus compañeros, como Higuaín, Mascherano, Banega, Mercado y Romero, les permite plantarse con la confianza suficiente de superar las sensibles bajas que han sufrido durante el evento, como las de Di María y Lavezzi.
Claro que mientras Argentina pierde hombres, Chile los recupera. El regreso de Arturo Vidal y la eventualidad de tener sano a Marcelo Díaz, adelanta un escenario más propicio del que ya se logró sortear contra Colombia.
Más allá del resultado y los análisis previos respecto del último partido del torneo, lo que queda claro es que la Roja ha dejado atrás muchas de las dudas que arreciaban antes de la Copa América Centenario, con las caídas en los amistosos, y que aumentaron en el arranque de la misma.
El proceso de Pizzi se ha dado a sí mismo un fuerte espaldarazo. El técnico siempre advirtió que su intención era darle nuevos matices a un sistema anterior que le agradaba. Chile demostró que puede presionar como pocos equipos en el mundo y que, en los momentos incómodos, como frente a Bolivia, Panamá y algunos pasajes contra Colombia, puede poseer las armas para salir adelante.
La Selección demostró en Estados Unidos que no se le ha acabado el vuelo y que, incluso, posee algunas variantes nuevas (Edson Puch, el epítome de esto), un aspecto en el que debe continuar trabajando de cara a sus próximos desafíos, como las Eliminatorias, la Copa Confederaciones y el Mundial. Que consiga o no el título, no le puede quitar nada de eso.

Relacionados