Por Felipe Hurtado H. Mayo 20, 2016

Gianni Infantino, nuevo presidente de la FIFA, sabía que tenía que dar una señal poderosa. La crisis institucional lo obligaba. Cumplía, al mismo tiempo, con sus promesas de campaña. El golpe de efecto fue acorde a lo esperado: nombró a Fatma Samba Diouf Samoura como secretaria general del organismo, la primera mujer en cumplir el cargo más importante luego del que sirve el suizo.

La sorpresa mayúscula, que motivó tuits de apoyo de gente como Billie Jean King, la ex tenista hoy convertida en activista por los derechos del género femenino, quien ya en marzo reclamaba más espacio para ellas en el ente rector del fútbol, reconocido como sexista en la conformación de sus directivas.

Nadie se esperaba su llegada, principalmente, porque la senegalesa de 54 años no tiene vínculos con el fútbol. Desde hace 21 años trabaja en la ONU, donde sus actuales funciones son las de coordinadora humanitaria y representante del Programa de Desarrollo de la organización en Nigeria.

Asegura que el deporte le gusta y que su marido podría haber sido profesional, de no mediar una fractura. A eso le suma una anécdota simpática con el camerunés Roger Milla en la Copa de África de 1986 y que en el colegio fue compañera de curso del ex portero de la selección senegalesa Cheikh Seck. También ha contado que admira al maliense Salif Keïta y al alemán Karl-Heinz Rummenigge, y que su equipo favorito es uno español, aunque se reserva el nombre para evitar polémicas.

Ahora le falta sortear un examen de idoneidad, que debería ser un mero trámite, antes de asumir en junio, cumpliendo así un anhelo que Infantino tuvo desde que la conoció en noviembre pasado, durante un encuentro eliminatorio en Madagascar, entre el local y Senegal. El suizo quedó encantado con ella y le hizo saber a sus conocidos que le interesaría trabajar en conjunto. Samoura se enteró por terceros y una vez conocidos los resultados de la elección de FIFA, fue ella quien tomó la iniciativa y le escribió para reunirse. El ofrecimiento no tardó en aparecer.

Sus amigos —personalidades políticas en su mayoría— aseguran que no se trata de una nominación simbólica ni decorativa y que, a lo largo de su carrera en la ONU, Fatma ha demostrado de sobra sus capacidades de liderazgo. Habla cuatro idiomas y ha realizado importantes labores en crisis en zonas complejas, como Afganistán y Darfur, junto con trabajar con dos mil personas a cargo.

En la necesidad de encontrar la transparencia que se reclama en FIFA después de escándalos de corrupción por más de 150 millones de dólares, que obligaron la salida de Sepp Blatter de la presidencia y que provocaron la suspensión por 12 años del anterior secretario general, Jerome Valcke, Infantino buscaba a alguien fresco, a alguien de afuera, a alguien limpio, en definitiva.

Por ahora, la senegalesa cumple cabalmente con ese perfil. Que la pelotita no sea lo suyo es un detalle, porque las necesidades son otras. Incluso, ese puede ser su principal atributo. Su función, más allá que entre sus planes esté darle más cabida al fútbol femenino, no es revolucionar el juego, sino que al sistema enfermo y cuestionado que hereda. “Tenemos que devolver el fútbol a lo que era: el deporte más popular del mundo, que cruza las divisiones sociales”, ha dicho.

La FIFA no es la única necesitada de cambios urgentes. La Conmebol anda en las mismas. Considerada uno de los eslabones más importantes de la cadena de corrupción del balompié mundial, vive su propio proceso de modificaciones. Claro que, atendiendo la tradición más conservadora de la región, su exhibición fue de más bajo perfil, aunque en el mismo sentido. La ecuatoriana Sol Muñoz fue designada como la primera mujer representante del organismo ante Zúrich, en el recién creado Consejo de la FIFA, un cargo que no es de primera línea, pero que sí demuestra la voluntad de comenzar a limpiar una imagen completamente destrozada. Por algo se empieza.

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