Por Jorge Costadoat S.J. Mayo 27, 2016

El Papa Francisco ha publicado recientemente un documento titulado Amoris laetitia que toca un tema neurálgico para el futuro del catolicismo. El foso que se ha creado entre la institución eclesiástica y el común de los bautizados es de tal magnitud, sobre todo en el ámbito de la moral sexual y familiar, que si no es superado, el cristianismo no pasará a las siguientes generaciones. A los jóvenes la enseñanza eclesiástica les es ininteligible. Muchos adultos la consideran, en algunos puntos, impracticable. A la Iglesia le urge anunciar de nuevo el Evangelio con toda su radicalidad, pero también con toda su sensatez.
Cuatro criterios ayudan a reconocer la novedad de la enseñanza papal.
Un primer criterio: Amoris laetitia es una formidable apelación evangélica. Al Papa le interesan todas las personas, no importa la situación en que se encuentren (AL 78). Francisco se dirige a los lectores como si el Evangelio de Jesús fuera lo único decisivo (AL 38). La doctrina, las costumbres, la institución eclesiástica, todo parece quedar entre paréntesis ante la imperiosa necesidad de anunciar a las personas y familias concretas una palabra orientadora y alentadora. La misericordia de Jesús con las víctimas de los fariseos que oprimían a la gente con su moralismo, debiera predominar en la pastoral de la Iglesia. Lo que importa es que la gente conozca el amor incondicional de Dios. No interesan cumplimientos religiosos inauténticos.
En dependencia de este criterio, otro muy novedoso es el viraje en el acento de la enseñanza de la Iglesia. Hasta ahora el énfasis de la jerarquía eclesiástica en el planteamiento de la moral sexual y familiar ha sido puesto en el “ideal”. Desde ahora habrá que concentrarse en la “realidad” de lo que viven los católicos. En este desplazamiento se advierte incluso una conversión de la jerarquía. Lo dice Francisco en estos términos: “Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos corresponde una saludable reacción de autocrítica” (AL 36).
Un tercer criterio es el debido respeto a la adultez de los católicos. El documento confía en que las personas pueden discernir y tomar decisiones en libertad, siguiendo sus conciencias. Dice el Papa: “Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas” (AL 37). Amoris laetitia entrega a las parejas la decisión sobre el tipo de anticonceptivos al que han de recurrir. A los sacerdotes les pide que acompañen a las personas, pero no que les dirijan la vida (AL 200). El acompañamiento es necesario porque el amor crece, se desarrolla, pero también mengua; las personas fracasan, maduran de a poco, aprenden a veces, a veces no.
Un último criterio, llamémoslo opción por los pobres. Claramente al Papa le preocupan las personas que no tienen familia, las familias en las que reina la violencia, los frágiles, los excluidos, los hijos de padres separados, los que viven en la miseria, las personas homosexuales, los inmigrantes, las personas con capacidades diferentes, los ancianos y otras personas en condiciones parecidas. Francisco sufre con los matrimonios fracasados y con los divorciados vueltos a casar que no pueden comulgar, y les abre la posibilidad de hacerlo. 

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