Por Emilio Maldonado, desde Río de Janeiro Abril 22, 2016

Michelle debe ser la vendedora más conocida del puesto 9 de Ipanema, uno de los sectores más concurridos en el sur de Rio. Con su sonrisa permanente y su pequeño bikini, Michelle vende sándwiches a diez reales (unos 2 mil pesos).

Con el correr de los años Michelle ha progresado. De vender unos pocos sándwiches por día ya logró récords de 40 por jornada, tiene una carta impresa en tres idiomas con las siete variedades que hay en el menú y ha dejado atrás los gritos de sus productos. Ahora usa un megáfono. Michelle es sinónimo de superación.

La carioca de 38 años es parte de los 40 millones de brasileños que salieron de la pobreza durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010). Es de aquellas que votó por Dilma Rousseff, esperanzada en que seguiría con el impulso económico de Lula. Pero no fue así y Rio, como todo el país, vive su segundo año de recesión consecutivo. A ella le cuesta creer que todo haya terminado así. Dice que cada vez resulta más difícil pagar las cuentas y que el desempleo –que roza el 10% en Rio– se hace patente: la playa se llena de cariocas escapando del calor, pero pocos le compran sus sándwiches. Simplemente no hay dinero.

El análisis de Michelle se repite por cada carioca. O mejor dicho, en ocho de cada diez habitantes de Rio, quienes rechazan la gestión de Dilma según los datos que publican las encuestas locales. Los pocos que aún apoyan al gobierno y a la mandataria ponen sus esperanzas en los Juegos Olímpicos de agosto próximo. Aseguran que las obras de inversión atraerán más recursos a la “ciudad maravillosa”. Que los turistas empujarán la alicaída economía local y que la crisis se irá de Rio. El 80% restante duda de ello. Se apoyan en las proyecciones económicas: Brasil tendrá un decrecimiento del 3,6% durante 2016 y completará su segundo año de crisis (en 2015 el PIB se contrajo 3,8%), un escenario que no se vivía desde 1930, en plena Gran Depresión. La fiesta se apagó en Rio.

Quien haya ido a Rio antes podrá comparar y ver que la crisis se instaló y ha afectado el ánimo siempre festivo de los cariocas. Pese al calor y buen tiempo, los bares, restoranes y fiestas están a medio llenar y apenas sobreviviendo gracias a los turistas. Ni la baja en los precios ha hecho que el consumo se reactive. Hacer reserva en algún restorán “de moda” ni siquiera es necesario: siempre hay mesas disponibles.

Las vitrinas en los centros comerciales y en las principales avenidas están tapizadas de ofertas. Muchas de ellas exhibiendo carteles que dicen “Tudo fora!” (¡Todo afuera!), un juego de palabras para remarcar la idea de liquidación, pero también haciendo eco del sentimiento de la mayoría en Rio: el clamor de una destitución del actual gobierno.

El proceso de impeachment era esperado en Rio. Como parte de los pujantes estados del sur, Rio —al igual que su rival Sao Paulo— concentra a gran parte de la población con el mayor grado de antagonismo al gobierno de Rousseff. No fue sorpresa, entonces, que apenas el diputado por el estado de Pernambuco Bruno Araùjo emitiera el voto decisivo para dar curso al impeachment (el voto número 342), los bares de la zona sur de Rio estallaran en un grito eterno. Una pequeña alegría se apoderó de las calles de la ciudad.

Mientras para algunos pocos los Juegos Olímpicos podrían reactivar la economía —y el ánimo de los cariocas— para la mayoría será la salida de Dilma del Palacio de Planalto la solución a la crisis. Esa que viven cada vez que van al supermercado o a la tienda de la esquina y se topan con un letrero que pide llevar monedas de un real. La escasez de dinero metálico se está sintiendo con fuerza en Rio y no quedan monedas para dar vuelto. Algunos culpan a la devaluación del real que ha hecho que se pierda la moneda de menor denominación. Otros a la mala gestión del gobierno para producirlas. Y, no otros pocos, a la escasez de circulante producto de las reservas que los ricos están guardando para enfrentar la crisis. La fuga de capitales ya se siente en Brasil y el sur de Estados Unidos comienza a verse beneficiado de este éxodo. Según cifras del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF por sus siglas en inglés), durante 2015 US$ 108.000 millones salieron de Brasil con destino a puertos más seguros.

¿Qué espera Rio del impeachment? Bastante. Mientras los cariocas parecen estar casi en sintonía al pedir la salida de Dilma, también parecen unidos en la desconfianza hacia el eventual gobierno, hasta fines de 2018, del vicepresidente Michel Temer. Menos de la mitad de los brasileños confían en Temer y por eso que en las calles de Rio se escucha, entre comerciantes, taxistas y el carioca común, que Temer debería llamar a elecciones anticipadas y buscar, en un nuevo gobierno, la salida a la crisis económica. Es una de las alternativas que se barajan en Planalto antes de enfrentar el proceso de destitución en el Senado. Antes de que Temer llegue al poder.

Preguntar en alguna calle de Rio quién sería el mandatario ideal para sacar a Brasil de su letargo es abrir una discusión sin fin. No pocos se atreven a decir, a viva voz, que Lula da Silva sería el salvador. Ya lo hizo en el pasado, dicen, y volverá a hacerlo.

Pero el solo hecho de nombrarlo desata reacciones apasionadas entre los cariocas. Que personas como Michelle defiendan su legado hace que otros salgan a demonizar su obra. Pocos olvidan que Lula está siendo investigado por usar a Petrobras, la mayor petrolera de Brasil, como caja para pagar favores políticos y para el enriquecimiento personal. Y esos argumentos explotan de manera acalorada bajo el abrasador sol carioca.

Las discusiones en Ipanema no cesan. Sin embargo, pareciera que quien a ojos de la justicia pudiera ser el causante de la crisis de confianza en la política brasileña —o al menos uno de los más insignes— también es visto por muchos como el salvador del momento en el cual se encuentra metido Brasil. Rio está revuelto y habrá que ver quién obtendrá las ganancias de aquello.

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