Por Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano Febrero 26, 2016

La noche del 23 de febrero, apenas se supo que Evo Morales había perdido en el referendo llevado a cabo en Bolivia para decidir sobre su repostulación a la presidencia en el 2020, el ex presidente Carlos Mesa escribió dos tuits fulminantes: “El triunfo del NO retrata la conciencia del país que sabe que el respeto a la Constitución limita el poder absoluto de los gobernantes”, y “Presidente, lo que ha dicho el voto de los bolivianos es que no hay personas imprescindibles, sólo hay causas imprescindibles”.

Los tuits de Mesa hay que entenderlos como uno de los tantos daños colaterales a los que el partido gobernante MAS y el país deben enfrentarse por haber cedido Evo, al calor de su victoria contundente en las elecciones del 2014, a la tentación de perpetuarse en el poder. La ruptura de Evo con Mesa ya no se oculta: el ex presidente no fue invitado a la última reunión del equipo a cargo de la causa marítima en el ligitio contra Chile en La Haya. No es un dato menor: Mesa es (¿era?) el vocero de la causa marítima, el interlocutor más lúcido y más dueño de un saber histórico en el tema que el país podía haber tenido.

El primero de los daños colaterales es el autoinfligido: el principal derrotado es Evo, y no sólo porque no consiguió lo que quería, sino también porque la campaña sacó a relucir los peores elementos de su carácter, además de otras características negativas que no le conocíamos. Cuando, tres semanas antes del referendo, un periodista hizo explotar la bomba de que Evo había tenido un hijo con una mujer (Gabriela Zapata) que ahora era la principal lobista de un consorcio chino que recibía concesiones millonarias del gobierno —con la sugerencia de un nefasto tráfico de influencias—, su imagen de presidente incorruptible se destruyó de golpe y plumazo (el desfalco con proyectos fantasmas del Fondo Indígena había mostrado la corrupción en el aparato de gobierno, pero Evo se mantenía aparte).

El caso Zapata ha tenido en vilo a la población, seducida por sus características telenovelescas: una amante joven convertida rápidamente, pese a carecer de trayectoria profesional, en ejecutiva millonaria; un bebé muerto, del que apenas hoy se sabe su nombre. El presidente debió salir a dar explicaciones y aclarar las sospechas, pero cayó en contradicciones y mentiras que enrarecieron el panorama; su profundo machismo lo llevó a negar a la ex amante, pese a pruebas fotográficas, lo cual, como escribió la activista María Galindo, pudo haber tenido un efecto en el voto final: “Su respuesta frente a las acusaciones de tráfico de influencias, de decirnos que Gabriela Zapata era cara conocida, nos colocó frente a un hombre para el cual las relaciones sexuales y afectivas con las mujeres no tienen ningún valor. Que las mujeres son sustituibles y descartables. Es ésa su respuesta machista, la que generó un rechazo social, que no es responsabilidad de esa ‘derecha’ malvada con la que el MAS se justifica hasta el cansancio”.

La campaña también ha dañado la credibilidad del vicepresidente García Linera (el teórico del Estado plurinacional mentía cuando decía que tenía licenciatura y posgrado conseguidos en una universidad mexicana), y la del equipo de gobierno, soberbio y altanero en el peor momento: cuatro días antes del referendo, un incendio en la alcaldía de El Alto (opositora a Evo), provocado por gente aliada al MAS, terminó con seis muertos, pero hubo ministros y viceministros que en vez de proyectar una imagen de sensibilidad y empatía se mostraron mezquinos y poco conciliadores y llegaron a sugerir que el incendio había sido un “autoatentado”. El gobierno parece incapaz de leer que ha habido un cambio en el país; la gente espera transparencia y rendición de cuentas de sus funcionarios públicos, pero hasta el momento a nadie se le ha pedido la renuncia por sus errores.

El daño también ha afectado la imagen que el país tenía de sí mismo gracias al “proceso de cambio” y al trabajo de inclusión de los sectores marginados hecho por el MAS. La votación ha revelado nuevamente una división profunda entre el campo y la ciudad. Si se creía que las prácticas racistas y clasistas habían sido desterradas por fin del discurso público, un buen sector de la clase media urbana, partidario del No, sacó a relucir en las redes, a través de memes y chistes entre ingeniosos y burdos, su desprecio al indígena que gobierna el país; hizo lo mismo con Gabriela Zapata, de la que se burló por ser la advenediza que llega al poder a través del intercambio de favores sexuales.

Así las cosas, pareciera que todo lo relacionado con el referendo es derrota. Sin embargo, avanzamos: hubo, pese a los excesos de la campaña, el ejercicio de la democracia; el partido gobernante ha respetado un resultado que no le favorece; la ciudadanía volvió a politizarse, sobre todo los jóvenes; nos conocemos más. Lo revelado durante esta campaña nos permite no idealizarnos y ver cuán largo es el camino en procura de un cambio genuino.

Relacionados