Por Felipe Hurtado H. Febrero 5, 2016

Cam Newton es de sentencias desafiantes. “Soy un quarterback afroamericano que asusta a las personas, porque no han visto nada con qué compararme”, fue la última respuesta a sus críticos. Como figura de los Carolina Panthers, los favoritos para quedarse con el Super Bowl 50 que se juega este domingo en Santa Clara, los ataques le llegan por variados motivos. Pueden ser por el bailecito que hace para celebrar o por no estar casado con la madre de su hijo, entre varios más. Su pasado y muchas de sus actitudes lo condenan. Es un tipo talentoso, pero petulante y provocador, que demoró en ganarse el respeto y que hace poco empezó a sumarle algo de humildad a su carácter.

El argumento de su réplica parece sustentar la idea de que su éxito como mariscal de campo, la posición que más visibilidad otorga este deporte y que, históricamente, ha tenido como dueños a jugadores blancos, despertaría cierto recelo por su origen. “Superman”, como lo apodan, es apenas el sexto pasador negro que iniciará la gran final, una tendencia que ha crecido en las últimas cuatro ediciones, en las que siempre hubo uno. Claro que sólo dos la han ganado: Doug Williams, en 1988, y Russell Wilson, en 2015.

Un estudio publicado por el Journal of Sports Economics concluyó que, pese a que el porcentaje de quarterbacks afroamericanos titulares creció en las últimas 13 temporadas de 16 a 28, estos son sustituidos dos veces más que los caucásicos. Además, el número no se condice con que el 70% de los planteles de la NFL sean de raza negra.

Algunos analistas hablan de algo así como una xenofobia inconsciente, surgida porque, a nivel formativo, la mayor competitividad del fútbol americano se encuentra en el sur de Estados Unidos, un sector asociado a la discriminación desde la Guerra Civil, donde los técnicos son en su mayoría blancos y, por razones intrínsecas, se asocian y desarrollan mejores relaciones con los suyos.

En un evento con tantas tramas paralelas como el Super Bowl, la de Newton es la que tiene más aristas. Ya sea por la oportunidad de ampliar la corta lista de QB afroamericanos campeones, por coronar una temporada fantástica, por darle el primer título a su equipo o por esa disputa especial que librará con la leyenda Peyton Manning, su contraparte en los Broncos, en una suerte de cambio de mando en la liga.

A diferencia de “Superman”, que con 26 años recién comienza su camino en la NFL, a sus 39 el “Sheriff” vive el ocaso de su carrera. Incluso, son altas las posibilidades de que este sea su último partido, aunque él se resiste a hablar al respecto. De ahí el anhelo con que busca un segundo anillo que haga brillar aún más su historia y lo aleje de cualquier reparo que pueda brotar. Su problema es que no llega en el mejor punto de su carrera. En esta campaña, según los especialistas, pasó de ser EL hombre del equipo a ser el acompañante de Von Miller, la figura excluyente de Denver en el camino hacia su tercera corona, esa que le evitaría aumentar a seis su récord de derrotas —que ya es el peor— en el Super Bowl.

Mientras Newton se ubica entre las mejores estadísticas en la liga, lo que adosa el MVP de la temporada a su nombre, Manning deambula de la medianía hacia atrás e, incluso, bien al final de la lista en algunos apartados.

Todo parece del lado de la estrella incandescente de los Panthers, que comenzaron a armar un equipo a su alrededor desde su elección como el número uno en el Draft 2011, condición que se ganó gracias al título universitario con Auburn University, a la que llegó luego por no aguantar ser banca en University of Florida, previo paso por Blinn College.

En 2007, durante su primer año de estudios superiores, lo sorprendieron robando un notebook. Se creyó que era el fin de su carrera deportiva, pero se las arregló para salir adelante. Siete años después sufrió un espectacular accidente en auto, que incluyó fracturas en la espalda. Doce días después estaba recuperado. Las segundas oportunidades le vienen bien. Está a punto de sacarles el mayor de los provechos.

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