Por Danilo Díaz Enero 26, 2016

No es sorpresa que Marcelo Bielsa dijera no a la propuesta de asumir en la selección chilena de fútbol. Cuando se revisa su carrera de entrenador, salta a la vista que jamás retornó a los sitios en que trabajó. “Nunca vuelvo donde fui feliz”, sentenció en alguna ocasión.

Una máxima que respeta y refleja algo más que una decisión laboral o un cálculo inmediatista, por las condiciones que pudiera ofrecer la institución que lo busca. Por eso no extraña la decisión de Bielsa ante la propuesta de Arturo Salah y su directorio. En poco más de 24 horas desde que se anunció la salida de Jorge Sampaoli, el rosarino respondió que no estaba disponible.

La resolución la tenía tomada antes que lo llamaran. Cuando su nombre comenzó a sonar como la principal carta para suceder a Sampaoli, con seguridad inició el proceso de reflexión. Y como ha ocurrido invariablemente, optó por no retornar. Nadie puede sentirse ofendido. Su conducta ha sido invariable.

Ni siquiera el interés concreto de la Federación Mexicana por reclutarlo, con su enorme poderío económico, prioridad de la selección por sobre los clubes y la amplia gama de futbolistas para elegir y preparar lo sedujo. Bielsa había sido muy feliz en Guadalajara (Atlas), dirigió al América de México y  prefirió quedarse con el recuerdo de esos años 90', que regalaron la versión más pura del “Loco”.

El que conocimos en Chile vino con un largo recorrido, habiendo asimilado ya el brutal golpe de la eliminación en primera ronda del Mundial de 2002 y más de 50 años. Quizás por eso disfrutó tanto su paso por “Juan Pinto Durán”, donde se involucró con todo el entorno, pero también tomó con mayor tolerancia situaciones que antes hubieran significado su inmediata partida.

Brasil 2014 pudo ser el final de su ciclo como entrenador, pero las circunstancias determinaron una ruta que ya conocemos. Bilbao y el Athletic, quizás el único club que en la actualidad encarne los valores que Bielsa abraza. Sin extranjeros, sin españoles, sólo con vascos, puso al conjunto de San Mamés en la final de la Europa League y la Copa del Rey. El tiempo demostró que fue un error la segunda temporada. Para una exigencia tan estresante era necesario un recambio o al menos un refuerzo sustantivo del plantel. Imposible con las reglas del Athletic.

En el Olympique de Marsella se dio otro gusto. Concurrió al club más popular de Francia, en una ciudad enigmática, compleja, donde confluyen oleadas de inmigrantes y, por cierto, la cocina es variada. No tengo duda que en ese emblemático puerto del Mediterráneo disfrutó a sus anchas.

Hizo una campaña notable en el primer año, valorizando un plantel venido a menos. Cuando no le cumplieron con lo que había solicitado, partió. Escuchó ofertas, aunque hasta ahora nada le satisface o encanta.

El Swansea y el embrujo de la Premier League lo fueron a buscar, pero siguió en casa. También apareció Sao Paulo, donde estuvo muy cerca de fichar. Algo no cuajó y escogió mantenerse a la espera. Siempre arrancó sus proyectos desde el comienzo de la temporada y hubiera sido extraño que arribara en el conjunto galés con media campaña disputada.

Por su mirada y concepción del fútbol, por el respeto que existe hacia los aficionados, la sensación es que sus cañones apuntan a la Premier League. Estadios llenos, canchas impecables, equipos que van al frente y el juego primando por sobre cualquier interés retratan su declaración de principios. Si vuelve a dirigir, sería muy difícil que no fuera a Inglaterra.

El fútbol y Bielsa se lo deben.

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