Por Catalina Jaramillo, desde Filadelfia Octubre 2, 2015

¿Hace alguna diferencia que este Papa sea latino?, le pregunté a decenas de inmigrantes el fin de semana pasado en Filadelfia, donde el Papa Francisco pasó 34 intensas horas celebrando el Encuentro Mundial de las Familias. La respuesta era bastante obvia: ¡Claro que sí!

Sí. Que el Papa hable en el idioma de quienes en 2014 ya sumaban 55 millones en Estados Unidos, según el Pew Research Center, hace una diferencia. Que empiece sus discursos con un “queridos amigos”, que use expresiones como tirarse los platos por la cabeza o chistes sobre la suegra, hacen que uno lo sienta muchísimo más cercano a que si hablara en italiano o en inglés. Francisco habló en español casi todo el tiempo en los cinco días que pasó en el país, incluida una misa dominical con más de 860 mil personas en Filadelfia (el doble de las que atrajo Juan Pablo II en su visita en 1979).

Pero el asunto fue más allá del idioma. Desde su llegada a Washington, el Papa argentino, de 78 años de edad, se identificó como hijo de inmigrantes. El jueves, al convertirse en el primer Papa en hablar en el Congreso, le pidió a los congresistas tratar a los inmigrantes como personas “sabiendo que muchos de ustedes también son descendientes de extranjeros”. Sus palabras les sacaron lágrimas a varios, incluidos los republicanos, como John Boehner, vocero de la Cámara que al día siguiente anunció su retiro.

Estratégicamente, el “Pope Francis” se cuidó de no hablar explícitamente de temas que dividen, como el matrimonio igualitario, la ordenación de mujeres o el uso de métodos de control de natalidad (aunque tras su visita, esta semana, se supo que se reunió en privado con Kim Davis, la secretaria del condado de Kentucky que se negó a darles licencias de matrimonios a parejas del mismo sexo, para apoyarla).

Sí habló, en cambio, de temas que le preocupan al pueblo, como los abusos sexuales, los peligros del calentamiento global y del capitalismo, y la pena de muerte. Pero más que nada, el Papa habló de los derechos de los migrantes. Y fue en su discurso en el Independence Hall, en Filadelfia —lugar donde se debatió y estableció la Declaración de la Independencia y la Constitución de Estados Unidos— donde sus palabras fueron más directas.

“Gracias por abrir las puertas, los saludo con mucho afecto”, les dijo directamente a los hispanos, que formaban una gran mayoría de los 40 mil asistentes. “Muchos de ustedes han inmigrado a este país con un gran costo personal, pero con la esperanza de construir una nueva vida. No se desanimen por las dificultades que tengan que enfrentar. Les pido que no olviden que al igual que quienes llegaron aquí antes, ustedes traen muchos dones a esta nación. Por favor, no se avergüencen nunca de sus tradiciones.
No olviden las lecciones que aprendieron de sus mayores y que pueden enriquecer la vida de esta tierra americana”, dijo, y más tarde especificó: “su vibrante fe y su profundo sentido de la vida familiar”.

El Papa de los inmigrantes sabe muy bien que son ellos la esperanza de la Iglesia Católica en Estados Unidos, un país donde el 45% de la población total se identifica con su credo. Y si bien el porcentaje de latinos dentro de los católicos en Estados Unidos sigue creciendo, porque la población hispana sigue aumentando, el Pew Research Center encontró que la porción de latinos que se identifica como católica bajó de 67% a 55% entre 2010 y 2014. La gran mayoría de los inmigrantes recién llegados traen su fe, pero muchas veces no logran traspasarla a sus hijos. He ahí la importancia del mensaje del Papa. “Repito”, dijo en su discurso, realizado completamente en español. “No se avergüencen de aquello que es parte esencial de ustedes”.

Los políticos lo saben. La mejor manera de captar a la audiencia latina en Estados Unidos es prometiendo derechos para los inmigrantes. Y es obvio, les afecta directamente. Muchas familias están divididas, con hijos aquí y en sus países de origen y partes de la familia en centros de detención esperando a ser deportados. Dentro de los católicos hispanos, un 88% cree que los indocumentados debieran tener permiso para quedarse legalmente si cumplen con ciertos requistos.

Y que lo diga el Papa, abierta y directamente, sí tiene un efecto. Que ponga a latinos en el centro de la pantalla, sí tiene un efecto. Como me dijo el obispo Daniel Flores, quien trabaja en la frontera, en Texas, los latinos necesitan esperanza y apoyo para seguir luchando para conseguir una reforma migratoria y el Papa los puede animar a seguir haciéndolo.

“No perder la memoria de lo que pasó aquí hace más de dos siglos”, dijo el Papa en Independence Hall, desde el mismo podio usado por Abraham Lincoln en su famoso discurso de Gettysburg, en 1863. “No perder la memoria de aquella declaración que proclamó que todos los hombres y mujeres fueron creados iguales, que están dotados por su creador de ciertos derechos inalienables, y que los gobiernos existen para proteger y defender esos derechos”.

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