Por Por Diego Zúñiga, desde Madrid Octubre 9, 2015

Vamos a forzar las palabras hasta conseguir que nos digan algo importante; hasta que nos permitan reconstruir lo que hizo Sufjan Stevens en un teatro de Madrid, hace poco más de una semana, cuando cerró la gira europea en la que presentaba su último disco, Carrie & Lowell: detrás de un piano, rasgueando levemente una guitarra, distorsionando el sonido desde un teclado, jugando con las percusiones, ahí, en medio del escenario, iluminado, Sufjan Stevens consiguió separarnos del mundo por dos horas sólo con eso: su voz, unos acordes y las letras que hablan de la muerte de su madre, de su infancia, del perdón y de su vida privada, que puede ser la vida de nosotros, también.

Habíamos vislumbrado esto último probablemente hace tiempo, apenas comenzó a circular en marzo Carrie & Lowell y escuchamos con atención y asombro las once canciones que componen el álbum, pero recién lo entendimos por completo cuando vimos sobre el escenario a Sufjan Stevens interpretar cada uno de los temas como si aquello fuera una vieja película casera que nos encontramos por ahí, de suerte, y que escondía una historia conmovedora y real.

Fuimos afortunados, sin duda: Sufjan Stevens transformando el teatro Circo Price de Madrid en un lugar íntimo, cercano, donde nos fue contando de manera velada la historia de su familia: una infancia precaria, una madre (Carrie) ausente, los pocos pero inolvidables veranos que pasó en Oregon junto a ella y su padrastro (Lowell); la depresión, el alcoholismo y la esquizofrenia de Carrie, y su muerte en diciembre de 2012, que terminó siendo el detonante de Carrie & Lowell. Materiales autobiográficos que en vivo resultan ser aun más devastadores, pues ahí está Sufjan Stevens detrás de un piano, la luz roja que envuelve el escenario y una mujer que lo acompaña en el tema que abre el concierto, “Redford”, de su disco Michigan (2003): una canción hecha de pequeños lamentos y que resulta perfecta para preparar lo que viene: agarra un instrumento de ocho cuerdas y comienza a arpegiar, es el inicio de “Death With Dignity” y ya sabemos, entonces, que estamos en un concierto de aquellos, porque el tono confesional está instalado y aquella forma de empezar el tema —Sufjan Stevens y los arpegios— se repetirá varias veces antes de dejar entrar a la banda de cuatro multiinstrumentistas que le darán mayor consistencia a cada canción. Y ahí está Sufjan Stevens, diciendo: “I forgive you, mother, I can hear you/ And I long to be near you”.

Está cerca de ella y cerca de nosotros: es como si fuéramos partícipes de un funeral conmovedor: la emoción es incontenible, pero no hay sentimentalismo, hay luces que parecen hablar de un futuro, mientras los recuerdos de Sufjan Stevens se van filtrando inevitablemente, y el teatro está en completo silencio: poco más de mil personas que aplaudimos al término de cada canción como si fuera la única manera de dar las gracias por tanto.

En dos horas, Sufjan Stevens va a tocar completo su último disco, lo va alterar con algunos momentos electrónicos —que se agradecen— y generosamente interpretará hacia el final, cuando ya no se pueda con tanta emoción, algunos de sus hits: “Concerning the UFO…”, “John Wayne Gacy Jr.” y “The Predatory Wasp…”, del Illinois (2005), la imprescindible “To Be Alone With You”, del Seven Swans (2004) y la hermosa y delirante “Vesuvius”, del The Age of Adz (2010), que nos recordará el talento de Stevens para moverse con absoluta soltura entre el folk y la electrónica, para distorsionar los sonidos hasta límites insospechados y conseguir momentos únicos, como fue el cierre con “Chicago”, en una versión en que agarró la guitarra y fue avanzando pausadamente hasta explotar, de forma muy elegante, en mil pedazos.

Sufjan Stevens, el jovencito norteamericano que quería hacer un disco por cada Estado de su país, el de las melodías cristianas, el que no se ha cansado de experimentar con el folk, el que en 2012 debió asumir la muerte de su madre y para hacerlo terminó componiendo un disco impresionante, ese mismo, arriba del escenario, cierra su gira europea y nosotros, sin palabras, sólo somos capaces de aplaudir, pues sabemos que acabamos de ver algo realmente importante.

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