Por Felipe Hurtado H. Octubre 2, 2015

Sucedió a fines de agosto. Los medios económicos más importantes del mundo informaban que el gigante chino Dalian Wanda Group adquiría en 650 millones de dólares la World Triathlon Corporation, empresa organizadora de eventos de ese deporte y dueña de la marca Ironman, como se denomina a la más extrema de las categorías de la disciplina que combina natación, ciclismo y trote.

Su análisis del mercado avalaba la decisión y la elevada cifra involucrada. En época de crisis, las pruebas de resistencia no han sufrido merma en la cantidad de participantes. Muy por el contrario, mantienen un crecimiento sostenido. Y la compañía sobre la que posaron sus ojos desarrolla más de 250 eventos anuales, en los que se inscriben cientos de entusiastas y con costos de producción no demasiado altos.

Un buen negocio, pensaron. Uno más en la nueva línea que está trazando la empresa.
Detrás de Dalian Wanda está Wang Jianlin, el hombre que, a los 60 años, es el más rico de China y Asia, con una fortuna estimada en hasta 42 mil millones de dólares, la que sufrió una considerable merma durante el peor momento de la última crisis bursátil de su país: perdió US$ 13 mil millones,
US$ 3.600 millones de ellos en apenas dos sesiones de Bolsa.

El deporte no es un mundo extraño para él. Como muchos, quiere sacarle una tajada importante, sin embargo, al menos públicamente, su modelo de negocios mezcla el aspecto financiero con el altruismo. Pretende que el triatlón, y el deporte en general, gane aún más espacio en la agenda nacional, pese a que en 2008 celebraron los Juegos Olímpicos más caros de la historia, que se adjudicaron los Juegos de Invierno de 2022, aunque no tienen nieve, y que Beijing, la misma ciudad sede de los eventos anteriores, albergó hace poco el Mundial de Atletismo. Para el multimillonario, eso no es suficiente.

Este 2015 ha sido el año del desembarco en grande de Wang en esta área de negocios. Quien fuera un soldado por 16 años y, según reza la leyenda, comenzara con 100 mil dólares su imperio de propiedades, hoteles, centros comerciales, empresas de yates y salas de cine, partió en enero, cuando adquirió el 20 por ciento del Atlético de Madrid a cambio de unos US$ 50 millones, luego de desechar la opción del Valencia.

El fútbol español no fue una elección al azar. En 2011 gestó un programa para que 60 niños entrenaran en clubes hispanos. Además, fue él quien contactó y canceló el sueldo de José Antonio Camacho durante su período como seleccionador chino entre 2011 y 2013. No pudo cumplir con su objetivo de levantar el nivel de la escuadra, que en el último ranking FIFA aparece en el puesto 84, ni tampoco clasificarla al Mundial de Brasil 2014.

El balompié es la gran pasión de este antiguo burócrata de Dalian, al noreste de China, donde tomó un equipo pequeño y lo convirtió en multicampeón nacional. De ahí que su apuesta mayor, y también la de los líderes políticos que tienen en él a una especie de testaferro de sus ambiciones deportivas, es albergar una Copa del Mundo.

Pensaron en la de 2026, pero es imposible, porque Qatar tomará el lugar del continente en 2022. Así, 2030 asoma como la nueva jugada.

Un importante papel cumple en este aspecto su segunda inversión del año en el deporte: Infront Sports & Media, la compañía presidida nada menos que por Philippe Blatter, sobrino de Sepp, el presidente de la FIFA, dueña de todos los derechos de transmisión del organismo con sede en Zurich hasta 2022. Pagó por ella 1.200 millones de dólares, que le garantizaron ser el único invitado no dirigente al polémico congreso donde el suizo fue reelegido. Se sentó en primera fila y aprovechó de reunirse con varias personalidades para contarles de las bondades de su país.

Con la salida de Blatter ya programada, hay quienes creen que las aspiraciones de Jianlin quedan en suspenso, aunque es poco probable que sus millones y los de China sean ignorados.

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