Por Phillip Durán, autor de "La hora de los halcones" y subeditor de política de canal 13 Septiembre 24, 2015

Siempre hay generales después de la batalla. Por incómodos que sean. Distinto es constatar que, en este caso, los hubo antes: desde el inicio del proceso, los abogados internacionales contratados por Chile desaconsejaron la idea —finalmente concretada en julio de 2014— de objetar la incompetencia de la corte. El riesgo de rechazo era alto, dijeron hace meses.

"Si La Haya obligaba a Chile a ceder soberanía pese a un tratado limítrofe vigente, el riesgo de un efecto dominó de otros impugnando fronteras era un estigma con que al tribunal no le gustaría cargar"

Tras conocer el fallo negativo, Bachelet remarcó que la decisión de pedir la incompetencia se había tomado tras peticiones públicas de muchos. Ricardo Lagos fue claro y señaló que todos los ex mandatarios se habían reunido con ella y se lo habían solicitado.

El fallo de 14 contra 2 en favor de Bolivia fue categórico. Pero más allá de asumir o diluir costos en el corto plazo, Chile destacó otro punto clave: la misma Corte señaló que si bien podría, al final del juicio, acoger el reclamo de Bolivia de que existe un compromiso de negociar que Santiago no ha cumplido, en ningún caso puede obligar a un resultado determinado. A ojos de La Moneda: no puede forzar a Santiago a dar una salida al mar con soberanía.

Era el principal temor de Chile. Y, al mismo tiempo, su herramienta de mayor peso en la estrategia de lobby internacional para enfrentar el juicio: si La Haya obligaba a Chile a ceder soberanía pese a un tratado limítrofe vigente, el riesgo de un efecto dominó de otros impugnando fronteras era un estigma con que al tribunal no le gustaría cargar.

En ese camino, la Cancillería sumó respaldos poderosos: Estados Unidos, por ejemplo, hizo ver en contactos reservados que estaba de acuerdo con la posición chilena. Algo de tranquilidad entregaba eso en el edificio Carrera, donde veían con molestia y resignación como Morales lograba puntos en lo comunicacional, por ejemplo, con el gesto del Papa Francisco.

"Si bien Bachelet no tenía razones para salir a festejar una derrota objetiva 14 a 2 -Chile pedía no ir a juicio y La Haya decidió lo contrario- al mismo tiempo la Cancillería planteó con fuerza que el temor de ceder soberanía quedaba fuera de la mesa".

Al final, la sensación en Chile contrastó con la que tuvo hace poco más de un año ante la sentencia del juicio contra Perú. Ahí, La Haya dio la razón en lo conceptual a Santiago, al validar la existencia de acuerdos sobre el límite marítimo. Pero, al mismo tiempo, cortó la línea paralela en la milla 80, para tazar una bisectriz hacia el sur que hizo disminuir el territorio chileno en el Pacífico. A Perú poco le importó perder la batalla teórica y Ollanta Humala celebró a bordo de una nave de la Armada limeña.

Ahora, si bien Bachelet no tenía razones para salir a festejar una derrota objetiva 14 a 2 -Chile pedía no ir a juicio y La Haya decidió lo contrario- al mismo tiempo la Cancillería planteó con fuerza que el temor de ceder soberanía quedaba fuera de la mesa.

La otra cara de la moneda de lo ocurrido en el litigio con Lima: Chile ahora perdía en lo corto, pero ganaba un punto de fondo.

Hace un año y medio, varios en Chile habían criticado el carácter “salomónico” de la resolución en el juicio con Perú y cómo ese tradicional interés de la corte de tratar de dar algo a ambas partes había perjudicado a Santiago. Ahora, el tribunal lo hacía otra vez, pero consciente de que no podía golpear nuevamente a La Moneda con una derrota de fondo. Morales también decodificó rápido: ofreció negociar ahora, sin esperar la sentencia final. Esta podría no ser del todo positiva para La Paz.

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