Por Paz Concha, antropóloga social Abril 29, 2015

Hace algunas semanas, un estudio de la Universidad Naciones Unidas, reveló que Chile es el país que genera la mayor cantidad de basura electrónica por habitante con 9.9 kilos al año. A nivel mundial lo que más se bota a la basura son artefactos de baño y cocina (60%), en tanto los celulares, computadores y teclados alcanzan un 7% del total de desechos. Si bien los estudios de consumidores ponen la atención en las motivaciones que nos llevan a comprar nuevas tecnologías, poco se habla del momento y las razones por las cuales nos deshacemos de aparatos que han tenido un rol importante en nuestras vidas cotidianas. 

Si la experiencia de consumo de tecnología de una persona está regulada, entre otras cosas, por una necesidad de tener la novedad, por una cuestión de status o por satisfacer una necesidad puntual (de comunicación, doméstica, etc.); la experiencia de deshacerse de un celular o un microondas no sólo está determinada porque el artefacto se echó a perder, sino también por la relación de afecto que construimos con esos aparatos. Nuestro celular, por ejemplo, es un objeto personal con el que pasamos gran parte del día y con el cual creamos un vínculo afectivo: descansamos con el teléfono, nos comunicamos, intercambiamos y guardamos momentos como las vacaciones y los cumpleaños. Cuando falla nos enfrentamos a varios problemas: cambiarlo nos cuesta tiempo y plata, pero sobre todo, nos demanda una atención que no siempre estamos dispuestos a dar a este tipo de asuntos. 

Frente a la posibilidad de deshacernos de un artefacto tecnológico, la relación afectiva que tenemos con ese aparato emerge como un factor clave en nuestra decisión. En Londres, por ejemplo, un estudio basado en entrevistas y observaciones con distintas familias de clase media, determinó que cuando un artefacto todavía funciona las personas consideran que es posible “darlo de baja” sin desecharlo. Para ello recurren a parientes, amigos y fundaciones, ya que ese artefacto acarrea historias familiares o momentos de la vida de los dueños. Incluso puede ser un regalo para los hijos, especialmente cuando son menores y no se les quiere comprar aparatos nuevos más costosos. Esto funciona como un ahorro y una forma de probar el grado de responsabilidad de los menores para cuidarlos. Esto también marca el inicio de los niños con el mundo de la tecnología, a partir del uso de celulares o reproductores de música que antes fueron de sus padres.

¿Cómo estas familias definen lo que es basura o desecho cuando hablan de tecnología? Al parecer, deshacerse de las cosas viejas implica casi tanto tiempo y trabajo como comprar cosas nuevas. Si el celular está funcionando, pero no es el modelo más nuevo, ¿igualmente pienso en cambiarlo? ¿Lo boto a la basura? ¿Dónde lo llevo para revenderlo o reciclarlo? Mover la tecnología antigua en otros círculos de adquisición o acumulación de desechos es un proceso aún desconocido, altamente            desestructurado y desregulado, entendiendo esto como la falta de práctica y conocimiento a la hora de desechar tecnología. Dada esta incertidumbre, los aparatos terminan aglomerados en bodegas, clósets y cajones, pero sobre todo en basurales que nos enfrentan a la pregunta sobre lo desechable que puede ser nuestra relación con las tecnologías -y por qué no, a ratos- con el mundo.

Relacionados