Por José Manuel Simián, desde Nueva York Diciembre 11, 2014

El ánimo en Nueva York no está para chistes, mucho menos si tienen que ver con el color de la piel. Desde que un gran jurado decidiera no acusar de homicidio al responsable de causarle la muerte a Eric Garner -un hombre negro asfixiado a manos de un policía blanco que intentaba arrestarlo por vender cigarillos sueltos, y cuya muerte fuera calificada por el médico forense de “homicidio”- el ambiente en la ciudad es más bien de indignación y protesta. Las manifestaciones por el caso Garner, tanto en Nueva York como en otras ciudades del país, se han sumado a las gatilladas por el fallo similar emitido menos de dos semanas antes en Ferguson, Missouri por el caso de Mike Brown, un adolescente negro baleado por un policía blanco a pesar de ir desarmado. La diferencia es que lo que sucedió ese 17 de julio de 2014 en Staten Island -el “quinto condado” de Nueva York- fue grabado íntegramente en un video donde se escucha claramente a Garner decir “No puedo respirar”, tres palabras finales que ni la liviandad de los hashtags de Twitter pueden vaciar de contenido. Tres palabras que se han convertido simultáneamente en grito de protesta y en metáfora del aire que quienes seguimos vivos respiramos en este país.

Por eso, Jon Stewart (a quien muchos insisten en llamar “cómico”, a falta de una mejor palabra para su crítica social) dijo por esos días que ante la expectativa de tener que esperar a que la tragedia pudiera hacerse comedia, él prefería que el mundo le regalara “mucha menos maldita tragedia”. Y por eso fue también que el sábado posterior al fallo de Garner, el cada vez menos gracioso (pero por alguna misteriosa razón, todavía ahí) show de comedia Saturday Night Live decidió cortar un sketch en que intentaban reírse de las tensiones raciales que ebullen por todo el país mediante un matinal de St. Louis llamado Rise and Smile, donde todo conducía a chistes o malentendidos raciales. NBC cortó el sketch asegurando haberlo hecho sólo por motivos de tiempo (y dieron a conocer una versión en internet), pero todos sabemos cuál fuera la verdadera razón: nadie anda de ánimo para chistes, especialmente si son tan malos.

Y por eso es que nadie se ha reído de la paradoja en la que se ve el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio: en medio de la polémica por el caso Garner, declaró en un programa de política que él, que es blanco, y su mujer, que es negra, le han dicho a su hijo Dante, de piel oscura y un prominente peinado afro, que si un policía lo para en la calle, le haga caso en todo lo que le dice. “No hagas movimientos bruscos, no trates de sacar tu celular del bolsillo”, confesó De Blasio haberle instruido a Dante, de 17 años, desde pequeño. “Se lo dijimos porque sabíamos que todas esas cosas pueden ser malinterpretadas cuando se trata de alguien de color. Las cosas serían diferentes si fuera un niño blanco, pero esa es la realidad de este país”, agregó.

El chiste malo de De Blasio viene dado por el hecho de que, como alcalde de Nueva York, De Blasio está por sobre el Departamento de Policía y designa a su comisionado. Es decir, al afirmar que no se siente seguro por la vida de su hijo en las calles de la ciudad que gobierna, está reconociendo que su supuesto poder jerárquico sobre los uniformados es completamente irrelevante a la hora de lidiar con conflictos y tensiones que corren mucho más profundo que cualquier política o programa de entrenamiento.

Predeciblemente, las palabras del alcalde no cayeron bien entre algunos de esos uniformados y sus representantes. Un dirigente sindical dijo que el alcalde había hecho declaraciones “imbéciles” e “hipócritas”, y que si no se sentía seguro en la ciudad, quizás De Blasio debería irse a vivir a otra parte. Y su célebre antecesor en el cargo, Rudolph Giuliani, fue todavía un poco más lejos: dijo que De Blasio estaba siendo “racista”. Ya está dicho: no son momentos para reírse, aunque a veces parezca la única salida.

Y mientras todos esos hombres blancos siguen debatiendo sobre quién no tiene la culpa de cómo funcionan las cosas, y las protestas siguen todas las noches, aunque comiencen a disminuir a medida que el invierno comienza a cerrar el cerco sobre Nueva York, sucede algo más, algo que demuestra que las tragedias van a seguir por mucho tiempo: dos estudiantes de posgrado en Teología, uno negro y otro blanco, salen a protestar. En un momento deciden, junto a otros, bloquear el tráfico de la FDR, una de las autopistas que rodea Manhattan, haciendo una cadena humana. Al poco rato llega la policía y les da el ultimátum. Finalmente, proceden a arrestarlos, pero al estudiante negro, Shawn Torres, le ponen las esposas y lo meten primero a la furgoneta, mientras que al blanco, Benjamin Perry, tras tirarlo al suelo, le dicen al oído que por qué mejor no va para la casa. Y en eso estamos: aunque el mundo se empeñe en contarnos chistes crueles, seguimos sin reírnos.

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