Por José Manuel Simián Junio 16, 2011

Mirada desde el cielo, Manhattan es casi imposible de distinguir dentro del enorme estado de Nueva York, una pequeña lengua de tierra que se escurre hacia el Atlántico entre Nueva Jersey y Long Island. Esa isla, que suele ser llamada -con más cursilería que conocimiento- la "capital del mundo", no es siquiera la capital del gigantesco estado que la contiene. El honor le corresponde a Albany, una desabrida ciudad ubicada unos 240 kilómetros al norte.

Allá, en el Capitolio, es donde se decide gran parte del destino de la Ciudad de Nueva York. Como un hijo menor que ve con impotencia cómo el primogénito recibe el poder y los honores, Nueva York tiene que soportar no sólo recibir del gobierno estatal miles de millones de dólares menos de lo que le envía por impuestos, sino también ver cómo muchas veces las políticas en que sus residentes concuerdan suben por el río Hudson a naufragar.

Para gran parte de los habitantes de la ciudad, Albany es sinónimo de dos cosas: burocracia y corrupción, percepción a la que en años recientes han contribuido escándalos como la renuncia del gobernador Eliot Spitzer por ser cliente de una red de prostitución; la condena de su archienemigo, el senador republicano Joe Bruno, por varios delitos de corrupción; y la paralización del Senado por varias semanas por cuatro senadores demócratas (uno de los cuales, Hiram Monserrate, fue posteriormente expulsado del Senado por violencia doméstica) que con ello querían obtener ventajas políticas.

Esa dicotomía entre la política estatal y lo que sucede en la ciudad explica por qué el matrimonio entre personas del mismo sexo todavía no es una realidad en ésta, donde no sólo el 58% lo apoya, sino que fue donde comenzó el movimiento por los derechos homosexuales.

La noche del 27 de junio de 1969, la policía realizó una de sus habituales redadas al Stonewall Inn del Greenwich Village, un bar gay que pertenecía a una familia de mafiosos y que pagaba regularmente coimas a los uniformados para seguir operando. Pero la reacción fue diferente a las ocasiones anteriores. No está muy claro qué fue lo que hizo que la indignación se convirtiera en acción-les arrojaron monedas, botellas y ladrillos; los persiguieron tras dar la vuelta a la cuadra-, pero hay algo que nadie discute: el mundo nunca volvió a ser el mismo. La policía terminó retrocediendo asustada mientras una improvisada línea de bailarines de cancán se burlaba de su fallido machismo. La revuelta se repitió en noches siguientes y gatilló la formación de colectivos y periódicos.

En los últimos años, varios proyectos de ley para legalizar el matrimonio homosexual han sido aprobados por la Asamblea Estatal, para luego ser rechazados por un Senado controlado por los republicanos. Parecía que ese panorama se extendería por lo menos hasta la próxima elección, pero en  mayo un grupo de líderes de la ciudad encabezados por el alcalde Michael Bloomberg  inició una nueva campaña dirigida a los senadores estatales.

"En nuestra democracia, la casi-igualdad no es igualdad", declaró Bloomberg en un encendido discurso. "O el gobierno los trata a todos como iguales, o no lo hace. Y ahora no lo hace".

Y cuando nadie lo esperaba, Albany pareció escuchar. El gobernador Cuomo, un demócrata que no quería correr el riesgo de una nueva derrota en la sala del Senado, se sumó a la causa. Y sin que mediara ninguna gran revelación ideológica (aunque nunca está de más sospechar que están pensando en lareelección), algunos de los senadores republicanos comenzaron a declararse partidarios de la propuesta o, al menos, indecisos.

Y así fue como mientras se escribían estas letras, parecía perfectamente posible que para el próximo aniversario de Stonewall, Nueva York se hubiera convertido en el sexto territorio estadounidense en legalizar el matrimonio homosexual, luego de Connecticut, Massachusetts, New Hampshire, Vermont, Iowa y Washington D.C.

Para la mayoría de los habitantes de la ciudad de Nueva York, sin embargo, se trataría simplemente de haberse puesto al día con la historia.

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