Por Julio 30, 2010

"Estoy dentro del sistema. Tomé el control. Hace años que me muevo en estas zonas oscuras, pero hoy finalmente vi la luz".
Eso vio, en la pantalla del terminal de los servidores de Nortel Australia, el administrador de los sistemas informáticos de la mayor compañía telefónica de ese país, una noche de septiembre de 1991. Quedó helado.

"Fue entretenido jugar con tus sistemas", continuó el anónimo hacker. "No hicimos daño alguno y, de hecho, mejoramos algunas cosas. Por favor, no llames a la policía".

El que escribía esas líneas, desde algún terminal, era Mendax, un personaje que fue acusado de 36 cargos, de los cuales en 24 se declaró inocente.

Lo que sí tenemos claro es que detrás de ese apelativo en latín -que el poeta romano Horacio usó para describir a un "noble desconfiado"- está Julian Assange: sabemos que nació en algún punto de 1971; que tiene entre 38 y 39 años; que creció viviendo como un gitano, acompañando a su madre, una actriz en gira. Y que, entre viaje y viaje, vivió frente a una tienda de electrónica. Un Commodore 64 y un módem serían las herramientas con las que comenzaría a experimentar en las bambalinas de internet y que terminarían con él en la corte.

Pasaron años de experimentación de este hombre que "vive en aeropuertos", hasta que nació WikiLeaks, que se define como un sistema incensurable para filtrar documentos de manera realmente anónima.

Funciona así: supongamos que alguien maneja documentos confidenciales, de orden político, diplomático o que toquen temas éticos; simplemente la fuente se conecta a sunshinepress.org, y los sube en tramos de 200 MB. Desde ahí, viajan encriptados de manera compleja y segura en una red mundial basada en TOR, un protocolo caracterizado por el alto nivel criptográfico y de anonimato en todo punto.

Así fue como apareció Collateral Murder: un trabajo de semanas, donde una parte de los más de 10 mil voluntarios del sitio, encerrados en una casa en Islandia durante la explosión del volcán Eyjafjallajökull, desencriptaron y prepararon el material que revelaría, desde el punto de vista de un helicóptero del ejército norteamericano, el ataque a dos periodistas de Reuters y otros civiles en Irak. O los documentos del Congreso norteamericano que evalúan los antecedentes del caso Pinochet, las evidencias del saqueo fiscal del ex presidente de Kenia Daniel Arap Moi, los contenidos completos del correo electrónico de Sarah Palin, los mensajes de texto enviados durante el 11 de septiembre de 2001, el balance de la iglesia de la cientología en el Reino Unido, o el manual de procedimiento para los soldados que servían en Guantánamo.

Toda esta enorme cantidad de información, como la que fue liberada en la madrugada del lunes -90 mil documentos militares del Pentágono-, está disponible para descargar en una variedad de formatos abiertos: son datos duros, puros y totalmente redistribuibles, a disposición de quien quiera utilizarlos.

Pero ¿esta información hubiera generado el mismo impacto si es que simplemente WikiLeaks se hubiera quedado en subirla a su sitio web?

Probablemente no. Y Julian Assange lo sabe muy bien: "Son los medios que controlan los límites de lo que es políticamente permisible. Así que es mejor cambiar a los medios".

Y lo hizo, sin duda: el hecho de que el New York Times, Der Spiegel y The Guardian hayan recibido la misma información con embargo y el tiempo preciso para editorializar, verificar y presentar su visión sobre los hechos, marca el nacimiento de una nueva prensa: una muchísimo más consciente del poder real que tienen hoy los datos para mostrar el panorama completo -"la fuente no tiene que depender de encontrar un periodista que puede o no hacer algo bueno con sus documentos", dijo Assange al New Yorker -, para tender puentes a lo digital (geeks y hackers incluidos) y dejar que el público construya su opinión con todas las cartas sobre la mesa gracias a la lógica abierta de la web.

Una prensa que, por fin, comienza a entender que para hacer periodismo en 2010 hay que hacer algo más que abrir unos cuantos blogs, estar en los medios sociales y pretender ponerle barreras de pago al contenido abierto.

*Director de Experiencia Digital, AldeA Santiago.

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