Por Daniel Villalobos* Julio 16, 2010

En la última quincena, casi el 90 % de las salas de cine de Santiago han estado tomadas por tres cintas familiares: Shrek para Siempre, Eclipse y Toy Story 3. Todas son secuelas producidas en Hollywood y la inmensa mayoría de las copias disponibles están dobladas al español.

La creciente escasez de estrenos de cine dirigidos al público adulto es un viejo reclamo que se arrastra desde que tengo memoria. Desde luego, hay que mencionar que mis primeros recuerdos son los de un miembro de la generación que creció con E.T. y La Guerra de las Galaxias, los dos taquillazos que le demostraron a Hollywood  la conveniencia de apuntar los dardos al público juvenil.

La Carretera y Final de Partida, dos filmes adultos de calidad desigual, pero de mucho interés, resisten en un par de salas sin mucho ruido. Ambos títulos tocan desde distinto ángulo el viejo tema de la aceptación de nuestra propia mortalidad, un aspecto cuya ausencia en los tres megafilmes dominantes crea un notorio vacío cuando se los mira en conjunto.

En distintos grados, las superproducciones familiares de la temporada lidian con diferentes facetas del crecimiento y el miedo a envejecer. Shrek para Siempre es, en el fondo, una típica historia de crisis de la edad madura. Lo curioso es que cierra de esa forma una saga que siempre fue un retrato de las tribulaciones del macho enfrentado a los horrores del compromiso: Shrek no detesta a Fiona. Lo que aborrece son las posibilidades de libertad que ella le ha quitado desde el primer episodio de la serie.

En Eclipse, un vampiro que tiene un siglo de edad -pero se porta como un mocoso egoísta- seduce a una adolescente virgen que está dispuesta a no envejecer jamás con tal de vivir su romance junto al galán. Y, aunque el vampiro le advierte que le esperan siglos de tedioso amor eterno, Eclipse a la larga es un gran panfleto a favor de la juventud virginal e inalterada.

Toy Story 3, el mejor filme del lote y el más consciente de la paradoja, usa a sus simpáticos monitos de plástico irrompible como ecos del verdadero drama: Andy, el dueño de los juguetes, que ahora se apresta a marchar a la universidad y abandonar el mundo infantil. Él es el personaje más lúcido y complejo de las tres películas y el más maduro, en tanto ha comprendido que el verdadero objetivo de sus juguetes nunca fue mantenerle como niño, sino prepararle para los dolores de la vida adulta.

En un año donde han escaseado las películas para mayores y donde incluso nos aferramos desesperadamente a historias de hombres viejos portándose como niños (Robin Hood, Los Magníficos), ésta puede ser la ironía más divertida de todas: el único reflejo reciente del mundo real en la pantalla de cine lo hemos encontrado en una animación digital.

Orson Welles dijo en broma que hacer cine era jugar con el mejor tren eléctrico del mundo. Desde luego, Orson Welles nunca tuvo que soportar veinte minutos de trailers de Disney antes de una función de Toy Story 3 en un multicine.

*Editor de Bazuca.com y crítico de cine de La Tercera.

Relacionados