Por Edmundo Paz Soldán, escritor boliviano Junio 25, 2010

La literatura latinoamericana está poblada de grandes novelas que radiografían el poder y sus excesos. En general, este poder se ha personalizado en el dictador, en el gran caudillo, aunque ha habido obras que han preferido explorar más bien la figura de aquellos que, desde las sombras, mueven los hilos. Una de las más importantes es La guerra de Galio (1991), del escritor mexicano Héctor Aguilar Camín, novela ambiciosa, que también se atreve a indagar en la fascinada y compleja relación del intelectual latinoamericano con el poder.

La novela retrata, a lo largo de sus 600 páginas, dos décadas de la vida política y cultural mexicana: de mediados de los 60 a mediados de los 80, con mucho alcohol y sexo y conspiraciones de por medio. La guerra de Galio narra principalmente una cruzada: la de Carlos García Vigil y su jefe, Octavio Sala, que, desde el periódico La Vanguardia, intentan defender la libertad de prensa frente a los ataques del gobierno. García Vigil es un historiador del período colonial que, después de la matanza de Tlatelolco, en 1968, llega a ser "tocado más que nunca por lo inmediato". Su atracción por el presente, "la urgencia de intemperie" está relacionada con el "salto al vacío de parte de su generación". Su ingreso al periódico será un intento por revelar la verdad de esos turbulentos años 70, en los que se lleva a cabo una guerra silenciosa entre el gobierno y la guerrilla. Si hay silencio, si los mexicanos no se enteran de esa lucha, es gracias a que el PRI, desde el poder, tiene un control casi hegemónico de los medios de comunicación.

El título de la novela es en honor a Galio Bermúdez, otro historiador, que, desde su cargo de secretario de Gobernación, es una suerte de intelectual orgánico seducido por el poder y sus formas violentas. Su guerra puede entenderse de varias formas: es la represiva del gobierno del que forma parte, la necesaria para que, en la turbulenta década de los 70, se imponga la razón de Estado; es la del intelectual que provee al Estado de una ideología que entiende a la violencia como un instrumento necesario. La lucha es contra la guerrilla, pero también contra los medios de comunicación independientes. Galio logrará que se cierre La Vanguardia, aunque luego Sala y García Vigil abrirán La República, un periódico aun más intransigente (gente del gobierno quiere que ese periódico se abra, por una razón gramsciana: la mejor forma de imponer una hegemonía es permitir "democráticamente" que haya una oposición).

"La moral de la vida pública no tiene que ver con los diez mandamientos, ni con las cuitas de las almas nobles", dice Galio. "Tiene que ver con la eficacia y la eficacia suele tener las manos sucias y el alma fría". Ya lo sabemos: el fin justifica los medios. No es extraño, entonces, que esta novela seduzca a políticos. "Odio la noche", dice el profesor de García Vigil al comenzar la novela. Pero Galio la ama.

*Escritor, autor de "Palacio Quemado".

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