Por Felipe Bianchi Junio 18, 2010

Tipos buenos para la pelotita hay millones, pero los buenos futbolistas son pocos. Se lo planteo de otra manera: nunca Brasil ganó más cosas en el fútbol que cuando entendió, a partir de los 90, que también tenía que preocuparse de correr, del vértigo, de la dinámica. Del porte de los centrales, del porte de los arqueros, de encontrar atletas y no sólo pichangueros. Bajo el imperio del toquecito y la cachaña tenían los años contados y lo más probable es que, como cualquier civilización, hubieran desaparecido con el tiempo si no se ponían al día. Como desaparecieron, de tanto trotar, los peruanos. Como pudo desaparecer Chile si no fuera por la modernización made in Bielsa.

No lo voy a engañar. El gusto personal, el paladar futbolístico, influye en cualquier análisis. Y siempre es subjetivo. A mí, porejemplo, me encantan el campeonato inglés, el alemán, el italiano. Y me maravilla el ritmo del torneo argentino. Sin embargo, no me gusta como juega Brasil. Me aburre. Les reconozco méritos, obvio, pero encuentro que las únicas cosas imperdonables en el fútbol son no matarse adentro de la cancha, no estudiar los partidos y no ser disciplinado. Y ellos pecan de todo aquello. Gozo mucho más con una buena línea de cuatro, perfecta en los tiempos, que con los taquitosinútiles. En pocas palabras: prefiero la inteligencia a la "loca improvisación". Y por eso, puesto a escoger, sostengo hace rato que los técnicos son más importantes e influyentes que los jugadores. ¿Armo un equipo hoy? Parto por Mourinho. Después veré si me alcanza para Messi. Ojo, que me refrendan las cifras: entre Italia y Alemania suman varios mundiales más que entre Brasil y Argentina. Y es por algo. Estudio se llama.

¿A qué viene todo esto? A que, al empezar este Mundial, de nuevo hemos tenido que escuchar una vieja cantinela: que éste es el torneo más malo de la historia, que lo único que hacen todos es correr, que ya nadie juega bonito, que los partidos son fomes. Vengo oyendo lo mismo desde el Mundial del 90. Un mundial injustamente calificado de gris sólo porque Brasil fue un fiasco y se marcaron pocos goles, como si eso fuera sinónimo de algún tipo de infierno. Esa vez hubo equipos notables, como Alemania (Matthäus, Voeller, Klinsmann, Brehme), Inglaterra (Shilton, Gascoigne, Lineker)  o la misma Italia (Baresi, Vialli, Baggio, Giannini). Pero el torneo quedó sepultado por los lugares comunes de periodistas prehistóricos que se quedaron pegados en Garrincha. El 94 fue lo mismo. Y el 98. Y el 2002. Incluso el 2006, pese a que la Italia de Cannavaro, Pirlo, Del Piero, Gattuso y Totti nos regaló el mejor fútbol en décadas.

Pero como todo es circular, otra vez estamos ante la misma tontera y majadería. Que nadie arriesga (obvio, si recién están partiendo), que nadie golea (signo de avance), que todos corren y nadie la pisa (otro signo de avance), que no hay buenos jugadores ni buenos equipos (falacia). ¿Vio jugar a Alemania? Equipazo. ¿Vio cómo se para Inglaterra? Un poema. ¿El ritmo de Argentina? Soberbio. ¿Vio a los asiáticos, los africanos, los centroamericanos? Todos se han puesto a la altura; ya nadie los pisotea. Pues bien, aleluya. Aleluya hermanos. Los que hoy lloran lo hacen porque se quedaron afuera de la fiesta, perdieron privilegios o ya no entienden los códigos. Pero se lo digo ya y se lo digo ahora: el fútbol goza de estupenda salud. Sólo cambió un poco la piel, como el tenis. Y también lo hizo para bien. Tocad pues la vuvuzelas.

*Editor de contenidos del CDF.

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