Por Paula Comandari Junio 18, 2010

Fue uno de los temas que más me sorprendieron apenas aterricé en Australia: en Sídney existía un lugar donde la gente podía inyectarse cocaína y heroína legalmente. Al principio dudé que fuera cierto. Me pareció extraño que el gobierno permitiera el uso de drogas ilegales en el país. Pero descubrí que era cierto y que esta sala -inaugurada en 2001- existía también en Canadá y Europa.

La iniciativa es novedosa, pero inimaginable en un país conservador como Chile. Me ganó la curiosidad y decidí visitar el centro. En el corazón de Kings Cross, el barrio rojo de Sídney, entre bares y clubs, se encuentra esta injecting room. En las paredes hay papeles colgados con mensajes promoviendo nutrición y salud. Curioso en un sitio donde la gente aterriza para "volar" con las jeringas y agujas que el centro entrega.

El lugar es grande y limpio, con 8 cubículos para inyectarse, una sala de resucitación para potenciales casos de sobredosis y otra de descanso, donde las 200 personas que llegan a diario reciben café y galletas. Es una especie de hospital en miniatura, pero la gente no recibe "medicamentos". Cada cual debe traer su propia droga, pero en vez de inyectarse en la calle, las personas reciben la atención de enfermeras listas para evitar problemas y muertes.

Las cifras son duras: en 1998, 737 personas murieron en Australia por sobredosis de heroína, 23% más que en 1997. La mitad de las muertes ocurrieron en New South Wales, y casi siempre en Kings Cross. "En 1999, 1.116 jóvenes murieron por sobredosis de heroína. Más jóvenes murieron por consumo de drogas que por accidentes de autos", explica en sus reportes el doctor Alex Wodak. El Centro Clínico de Epidemiología estima que "esta pieza" ha evitado 191 mil inyecciones públicas desde que abrió sus puertas hasta 2007. Además, ha lidiado con 2.106 casos de sobredosis sin ninguna muerte.

La enfermera Jennifer Holmes me mostró el centro. Mientras me explicaba su impacto, yo me distraía con esos mensajes de nutrición estampados en los muros. Pero ella dice que la iniciativa es sinónimo de salud: "Esta gente ha consumido drogas por 14 años. Lo mejor para ellos es contar con un lugar y jeringas limpias". Algo así como "minimizar el daño", uno de los tres pilares de la política de drogas australiana.

Los conservadores consideran que los US$ 2,5 millones que anualmente recibe el centro debieran ser invertidos en salas de rehabilitación para atacar realmente el problema. Pero Holmes asegura que no es una opción para esta gente. "Nosotros intentamos que heroinómanos cambien a metadona". Andrew Richard trabaja aquí y asegura que "ya no veo adictos cayéndose ni jeringas en la calle". Pero Jeremy Ruse, quien ha vivido por años en la zona, explica que la sala ha generado una fuerte cultura junkie y más dealers. "Es injusto que los drogadictos accedan gratuitamente a jeringas, mientras un diabético tenga que comprarlas".

Hace una década varios moteles en Kings Cross arrendaban piezas donde la gente podía inyectarse. El Parlamento de NSW descubrió que ellos también vendían las drogas, lo cual es ilegal. Ello generó movimiento. A fines de los 90, un grupo liderado por el clérigo Ray Richmond abrió una sala de inyección no oficial para presionar al gobierno. Después de 10 años de debate, la sala fue autorizada. La tercera iglesia cristiana más grande de Australia, The Uniting Church, está a cargo desde entonces. 

Mientras esperaba a la enfermera, una mujer bien arreglada -lista para empezar un día de trabajo- entró  a la sala. Yo pensé que, como yo, venía de visita. Estaba equivocada. "Heroína, por favor", gritó. Su imagen sigue viva en mi mente.

Relacionados