Por Axel Christensen | Director ejecutivo BlackRock Junio 11, 2010

Pareciera que en los últimos años nos hemos ido de desastre en desastre. Desde la peor crisis financiera global a partir de la Gran Depresión hasta el derrame de petróleo, que sería el mayor desastre ecológico en la historia. En nuestro país tenemos que sumar el terremoto.

En todos estos casos, había conciencia de que existían riesgos de graves consecuencias. Sin embargo, todos los intentos por anticiparse se quedaron cortos. ¿Qué pasaría si nos viéramos enfrentados a otras situaciones de desastre, como una guerra o el impacto de un asteroide, que sólo parecen ser parte de guiones de cine? Probablemente, si sobrevivimos a tales situaciones, de nuevo nos lamentaríamos que no habíamos evaluado bien los riesgos.

¿Por qué tenemos tan mala capacidad para anticipar y prepararnos para los desastres? La clave parece estar en la dificultad de mirar más allá del futuro inmediato. Las personas tenemos serios problemas para planificar medidas preventivas para hacer frente a situaciones críticas, especialmente si tienen baja probabilidad de ocurrencia. Como no sabemos cuándo ocurrirá el siguiente terremoto o burbuja financiera, caemos en la trampa de posponer cualquier acción preventiva, ya sea por sus costos pero, sobre todo, porque lo urgente nos impide ver lo importante.

Les aseguro que muchos de nosotros (o nuestros gobiernos) no tenemos planes para enfrentar un desastre como un impacto de un asteroide en la Tierra, pese a que presumiblemente llevó a la extinción de los dinosaurios hace millones de años. El cine nos mostró años atrás (¿recuerdan a Bruce Willis en "Armageddon"?) que las consecuencias pueden ser inmensas. Expertos estiman que un asteroide de 1 km o más de diámetro impactará la Tierra en los próximos 500.000 años.  Si esto provoca mil millones de muertes, equivale a 2.000 muertes al año, más que las producidas al año por accidentes aéreos entre 1999 y 2009.

La dificultad de anticiparse a los desastres se ve más agravada al existir la percepción de que la alternativa de reparar después del desastre es razonable frente a prevenirlo. Además, las personas responsables de prevenir estos desastres no tienen los incentivos para pensar en un horizonte de tiempo más allá de lo que pueda pasar mañana o pasado.

Todo esto conspiró para que, en el caso de la crisis financiera, profesionales muy preparados de ministerios de finanzas y bancos centrales creyeran que existían políticas y herramientas suficientes para enfrentar crisis económicas o burbujas financieras. Por otro lado, ejecutivos y accionistas de instituciones financieras tenían muchos incentivos para mantener las prácticas más rentables en el corto plazo, aunque fueran más riesgosas, mientras ese riesgo no se hiciera realidad antes de cobrar el próximo bono o recibir el próximo dividendo.

El derrame de petróleo del Golfo sigue un patrón similar, aunque no es plausible pensar que la empresa creyera que los costos de remediar este accidente fueran comparables a los de prevenirlo. Los gastos monetarios para remediar el derrame -a los que se suman los de imagen- han llevado incluso a cuestionar la solvencia futura de la empresa.

Sin embargo, los otros aspectos son válidos. Los ejecutivos petroleros parecían estar demasiado distraídos por sus utilidades como para preocuparse de derrames que, hasta entonces, tenían consecuencias limitadas. Reguladores y políticos tampoco tenían incentivos para exigir gastar más en prevención de eventos que probablemente no ocurrirían durante su mandato, pero que implicarían precios más altos de combustibles.

  Estas crisis nos demuestran que no existen responsables con suficientes incentivos para pensar en la prevención de desastres de consecuencias tremendas, pero poca probabilidad de ocurrencia. Quizás se lo tengamos que dejar a Hollywood. Sólo ellos parecen tener los incentivos monetarios de pensar que sea precisamente un equipo de perforación de pozos petroleros el que puede salvar a la Humanidad del impacto de un asteroide.

*Director ejecutivo para Sudamérica BlackRock.

 

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