Por Sergio Parra* Junio 4, 2010

Hay tres prototipos relevantes en el debate del Premio Nacional de Literatura de este año.  Tres tipos que podríamos designar como escritores-entrenadores. La primera línea corresponde a Diamela Eltit, Germán Marín y Pedro Lemebel. Ésos que tal vez no influyen demasiado, pero sí dan el pase para que gente más joven salga a la cancha. Gente como Lina Meruane y Andrea Jeftanovic (en el caso de Eltit) o Zambra y Gumucio (en el caso de Marín). Asimismo, hay una serie de entrenadores que, de alguna forma, juegan con lo masivo. Un tipo de show también válido y que conforman Isabel Allende, Antonio Skármeta y Marcela Serrano. Un espectáculo de masas, donde las grandes audiencias no cuestionan si juegan bien o juegan mal, sino que les gusta ver el espectáculo y punto. Por último, un tercer tipo son los que juegan un partido más personal (o una pichanga de barrio), como Poli Délano, José Luis Rosasco y Fernando Emmerich. Escritores que, de alguna forma, partieron en la cancha, pero en algún momento se retiraron y se autodenominaron entrenadores. Su problema, claro, es que ni generan otros jugadores ni tienen la masividad como en las primeras dos clasificaciones.

Si bien el Premio Nacional de Literatura tiene validez, su principal problema es que no logra tener un alcance más allá de lo monetario. Un escritor premiado, luego de haber sido celebrado por la prensa, debería hacer una pequeña gira por distintos lugares del país, al igual que un futbolista. Ya sea acogido por universidades, instituciones culturales o colegios. Si esto fuera Estados Unidos, tal como sucede con los ganadores del Pulitzer o el National Book Award, los autores irían a las cadenas de librerías repartidas por el territorio (en Chile tenemos a la Antártica o la Feria Chilena del Libro, donde perfectamente podrían firmar sus obras y hacer lecturas). El premio para un escritor chileno debería ser que se le organizara una gira de 15 ó 20 días por el país. Desde Arica a Punta Arenas. Y que el país vea in situ este premio.

Así, más allá de qué escritor-entrenador de los tres tipos expuestos arriba va a ganar este año, lo que importa es que ojalá el premio y el galardonado se hagan visibles. Lo mismo que haría cualquier selección cuando obtiene una medalla en una olimpiada y, por ejemplo, va a La Moneda. Y es cierto que el jurado es el que escoge al ganador, pero el dinero finalmente es del país. Por eso, todos debemos participar, de alguna manera, en ese proceso. Es la única forma de que pase algo con un premio que se viene avejentando hace años.

La discusión relevante, entonces, no es la de todos los años (que incluye la formación de las típicas rencillas que ya empiezan a bullir por estos días). La verdadera discusión, la de fondo, la del área chica, es la de hacer de este premio un tiro de largo alcance y no un simple pase.

*Dueño de la librería Metales Pesados.

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