Por Rodrigo Gómez* Junio 4, 2010

Mi gran lesión en el fútbol fue un desgarro en el aductor, una zona muy parecida al isquiotibial, que es donde se desgarró Humberto Suazo. Sólo que mi experiencia fue bastante más seria. Mi desgarro, para que se entienda, fue de más de 3,5 centímetros. La lesión fue justo en un minuto de mi carrera en que mi equipo, la Universidad Católica, jugaba bien. Ocurrió en 1994, cuando estábamos en la primera fase de la Copa Libertadores. Eso sí, la lesión la tuve jugando contra Coquimbo en el Sánchez Rumoroso. Recuerdo que rechacé mal una pelota y supe que había sido algo fuerte. Lo que sentí ahí no fue un simple pinchazo. Era algo como quedarse cojo.

Cuando uno se lesiona viene una desilusión gigantesca. La frustración es muy grande porque uno siente que se perderá todo lo que viene por delante. Un jugador, en momentos así, no dimensiona cuánto estará afuera. Y luego viene el tema social dentro del equipo: te pierdes la broma cotidiana, el proceso de la estrategia. Cada vez que tus compañeros salen a la cancha, tú quedas absolutamente afuera. Escuchas la charla, estás ahí, y después, cuando el resto sale, quedas desconectado.

El doctor y el kinesiólogo, en estos momentos, se transforman en tus mejores amigos. A mí me trató el kinesiólogo Mauricio Hernández. Y es un escenario nuevo, porque los doctores suelen ser anexos al grupo. Por eso, cuando un jugador que se lesiona vuelve y hace un gol, no es raro que vaya a abrazar al kinesiólogo en su celebración. Porque el vínculo que se genera es fuerte. Si, a fin de cuentas, ésos son los tipos que te dan un soporte y tú, como jugador, te conviertes en su proyecto. Su meta es que vuelvas a jugar tal como lo hacías antes del dolor.

Por esa lesión estuve un mes y medio sin jugar. Recuerdo que siempre fui al estadio. No a la banca, sino como un hincha más. Uno ve los partidos y quiere jugar. Quiere, pero no puede, y eso produce impotencia. Porque además uno siempre prueba antes de tiempo. Sólo que cuando uno vuelve a la cancha y lo intenta, siente el pinchazo y entiende que el dolor sigue ahí. Un futbolista, para acelerar su recuperación, intenta cualquier cosa. Si el doctor le dice ponte un guatero una vez al día, se lo pone diez. Lo importante, sobre todo a nivel psicológico, es mantenerlo involucrado. Que se sienta parte del proyecto. En el caso de Chupete Suazo, que vaya a la charla técnica para el partido contra Honduras. Y si no está para jugar, no está no más.  

En el regreso importa el tema físico. Porque se siente la falta de fútbol, y ciertos dolores que se mantienen influyen en que uno crea que se lesionó de nuevo. Hay otras lesiones que puedes disimular: un esguince de tobillo puede esconderse. Puedes vendarte, comerte el dolor y jugar. Pero el desgarro es quizás la más invalidante de las lesiones que no son graves. Por eso es que uno tiene que pasar pruebas y convencer a los doctores. Esos miedos sólo se pierden cuando uno retorna a jugar. Cuando se exige y entiende que está bien.

Mi regreso, recuerdo, fue para la Copa Libertadores, en Santa Cruz de la Sierra, contra Blooming. Volví y ya estábamos clasificados para la segunda ronda. Era un partido mucho menos importante que los que jugará Suazo en Sudáfrica. Pero la satisfacción fue enorme. Para describir lo que un futbolista siente al regresar a las canchas, sobre todo durante un torneo importante, sólo se me ocurre una expresión: es volver a vivir.

*Ex futbolista de la UC y la selección chilena.

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