Por Daniel Mansuy Junio 4, 2010

El euro está en peligro. La frase es de la canciller alemana, Angela Merkel, quien agregó a renglón seguido que la única salida viable a la crisis pasa por exportar el modelo de estabilidad germano al resto de la zona euro. La idea no fue muy bien recibida por los socios y, de hecho, las autoridades francesas salieron en bloque a matizar las afirmaciones de Merkel. Sin embargo, el mensaje era claro para quien quisiera escucharlo: o bien Europa se alinea con Alemania en lo que se refiere a disciplina fiscal, o bien el euro podría dejar de existir en el mediano o largo plazo. Aunque esta última posibilidad podría parecer descabellada, los países han entendido que más vale tomársela en serio, y por eso están aplicando planes de austeridad que habrían hecho sonrojar a Margaret Thatcher. Por cierto, los liberales tratan de llevar agua a su molino apresurándose en firmar el certificado de defunción del Estado de bienestar; pero, en rigor, lo que está en crisis no es el modelo social sino el modelo social financiado con deuda. Dicho de otro modo: lo que está en crisis es una generación de políticos que estuvo dispuesta a endeudar a las generaciones futuras con tal de ganar elecciones.

El peligro al que alude Merkel es evidente, y reside en el siguiente hecho: Europa tiene una moneda común, pero carece de un gobierno económico común. En consecuencia, al estar sujeta a políticas fiscales que no siempre son convergentes, el euro es una moneda muy vulnerable. Así, mientras los alemanes llevan años de política restrictiva, los vecinos del sur llevan años haciendo todo lo contrario. El pacto de estabilidad monetaria intentaba evitar estos problemas, pero lo menos que podría decirse de él es que no ha sido muy respetado. Un solo dato: la mayoría de los países dobla o triplica el límite permitido de déficit público, que es el 3% del PIB.

¿Qué ocurrirá entonces con el euro? En el corto plazo, es posible que se estabilice y que las cosas vuelvan a su curso normal. Sin embargo, ello podría tener un efecto perverso: los líderes europeos quizás olviden que el euro está condenado a muerte sin política económica común. Todas las soluciones alternativas que se han propuesto (aumento de sanciones, reformas constitucionales) son bienintencionadas pero perfectamente inútiles. El problema inmediato es el desacuerdo profundo que separa a franceses y alemanes sobre el camino a seguir. Pero la dificultad de fondo estriba en que no hay muchas ganas de continuar cediendo soberanía a Bruselas, y menos aún a Berlín. No es de extrañar entonces la especie de inmovilismo que afecta a los europeos: atacan los síntomas sin tocar las causas. No quieren seguir avanzando en la construcción europea -pues no saben qué diantres puede significar eso-, pero tampoco están dispuestos a retroceder. Así las cosas, lo único seguro es que el euro seguirá, con mayor o menor calma aparente, a la deriva.

*Cientista político de la Universidad de Rennes.

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