Por José Manuel Simián, desde Nueva York Mayo 7, 2010

La llamada no pudo ser más bienvenida. Se me pedía comprobar la existencia de un rumor que se había extendido hasta Chile: que en Manhattan había abierto sus puertas un bar en que el precio de las bebidas se regulaba de acuerdo a las leyes de la oferta y la demanda.

A las pocas horas, me apersonaba en el Exchange Bar & Grill, de la calle 21. Si al poner pie en el mentado boliche la idea era usar mi misión como coartada para beber antes de las dos de la tarde un día de semana, la escena me quitó la sed de golpe: dos jubilados demoraban sendas bebidas como si el terminarlas les fuera a significar la muerte. Uno de ellos sacaba a veces la vista del vacío para conversar de béisbol con Mike, el cantinero.

Por sobre las cabezas de Mike y sus clientes corrían en una pantalla electrónica los valores de los bienes que se transaban, único indicio del sistema de precios del bar. Corriendo rápidamente de derecha a izquierda, en caracteres rojos, se podían leer cosas como: "ABSOLUT +7 BACARDI 6.75 BLUE MOON 6 BURGER 9 CORONA -5.50…".

"Nos ha ido muy bien", respondió Mike con una sonrisa amplia al ser consultado acerca del incierto éxito del local. "Pero el sistema de bolsa no comienza a funcionar sino hasta las ocho de la noche. Tienes que volver más tarde".

Al día siguiente, volví sobre mis pasos cerca de la hora señalada, esta vez premunido de una sed que ningún cuadro, por magro que fuera, podía mitigar. El bar estaba apenas un poco más lleno (conté siete parroquianos) y Mike había sido reemplazado por dos simpáticas cantineras que preferían el ruso para comunicarse entre sí.

Una de ellas -que bien podía llamarse Ana- explicaba unos minutos más tarde el funcionamiento del bar en un inglés exótico, mientras me servía una Sam Adams (US$ 5, precio de happy hour): "El sistema registra cuándo se vende más de una bebida, y eso provoca que suba su precio y baje el de las demás. Los incrementos se producen de a 25 centavos, y hay un margen de dos dólares en ambos extremos. A veces, también decidimos que hay un 'derrumbe de mercado' y por 15 minutos vendemos todos los tragos a precios muy baratos".

Minutos después, volví a la carga. Le pregunté a Ana cuándo podría, finalmente, ver a los parroquianos -absortos en el partido de los Mets o en volátiles conversaciones- gesticulando enardecidos para conseguir un trago cuyo precio se desplomaba. "Mira, lo que pasa es que está un poco lento ahora", respondió con una sonrisa siberiana. "Pero si vienes un fin de semana, vas a ver que los precios están cambiando todo el tiempo".

Terminada mi cerveza, me di cuenta que no tenía nada más que hacer en el Exchange Bar & Grill. Recogí mi libreta de notas y caminé los pocos pasos que me separaban de mi bar favorito de Manhattan. Ahí nadie especulaba sobre nada: todos tenían claro que beber es un negocio muy serio.

* Periodista de NY1 Noticias.

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