Por Eugenio Tironi Abril 30, 2010

París, comienzos de los 80. El campo de la sociología crítica -porque estaba también el de la funcionalista, que aunque tenía mucha influencia no reclutaba sangre nueva- se dividía en dos bandos: Pierre Bourdieu y Alain Touraine, ambos radicados en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.

Eran bandos irreconciliables. Yo accidentalmente caí en el segundo, pues Touraine dirigía mi tesis de doctorado sobre las raíces sociológicas del autoritarismo neo-liberal en Chile; un tema que parecía absolutamente ajeno al universo de Bourdieu, quien siempre se enfocó a cuestiones más microsociológicas -como la moda, el gusto, la educación-, a partir de la cuales construía teorías de alcances generales. En mi círculo, por ende, Bourdieu era el innombrable. Pero era imposible esquivarlo. Acababa de ingresar (1982) al Collège de France -una posición que lo consagraba entre los grandes pensadores de Francia de todos los tiempos, y por la que había competido con Touraine- con una lección inaugural que hizo historia: "Lección sobre la lección", dedicada a desmontar sociológicamente a la propia sociología.

Casi clandestinamente tomé el seminario de Luc Boltanski, por entonces un joven discípulo de Bourdieu. Y en paralelo leía a este último, lo que no es fácil pues el hombre no se ocupa en absoluto de hacer accesibles sus razonamientos a los lectores: escribe de manera borrascosa, con una puntuación caprichosa, con paréntesis sobre paréntesis sobre paréntesis, inventando términos propios, incrustando elucubraciones filosóficas de alto vuelo; y todo esto para tratar cuestiones aparentemente prosaicas, sobre las que un lector común no tiene referencias previas. Lectura peliaguda, pero fascinante.

En los últimos días, preparando una clase magistral, leí un texto de Bourdieu relativamente reciente ("Autoanálisis de un sociólogo", 2004). Como él precisa, "esto no es una autobiografía", pero sí es una de las más sugerentes reflexiones que he leído sobre uno de los secretos mejor guardados: la relación entre una obra intelectual que se pretende a sí misma científica, y la trayectoria vital de su autor.

En esta lección, Bourdieu aborda el "autoanálisis" de las opciones y los rechazos que lo llevaron a constituir su propia obra. El punto de inicio, señala, es su llegada a la École Normale Supérieure, donde se forma la elite intelectual francesa. Arriba como un modesto estudiante de provincia, hijo de un empleado de correo, sin "la seguridad distante de la gente distinguida parisiense". Una experiencia similar había experimentado en el lycée de Pau, rodeado de hijos de campesinos prósperos. Su interés por los mecanismos de "distinción" entre las clases sociales y sobre la educación, según explica, tiene mucho que ver con estas experiencias. El otro evento clave es su larga estadía en Argelia, haciendo su servicio militar. Ahí desarrolla su pasión por la observación etnográfica, y más en general, por la apreciación de las diferencias culturales; pero también acrecienta su desapego hacia las elites, en este caso militares. Pero la clave de todo está en su padre, quien -dice Bourdieu- "me enseñaba sin frases, y con toda su actitud, a respetar a los humildes".

"Puede que en este caso el hecho de proceder de las clases que algunos suelen llamar modestas proporcione unas virtudes que no se aprenden en los manuales de metodología: la ausencia absoluta de cualquier tipo de desdén por las minucias de lo empírico, la atención a los objetos humildes, el rechazo a las rupturas llamativas y de los estallidos espectaculares, el aristocratismo de la discreción que lleva al desprecio por lo brioso y brillante recompensado por la institución escolar y por los medios de comunicación en la actualidad". Aquí se condensa el enfoque de Bourdieu, que toma distancia al mismo tiempo de lo que llama el "gran juego intelectual a la francesa" -esteticista, mundano y dominado por la filosofía- y del imperialismo de la sociología estadounidense basada en los sondeos.

El oficio de sociólogo, dice Bourdieu, "consiste en organizar el retorno de lo reprimido y en decir a la cara lo que nadie quiere saber". Pero lo más reprimido de todo es muchas veces la "desolación" del propio sociólogo, que impregna inevitablemente su sociología. Poner esto en el tapete es lo más difícil. Como señala, "hay muchos intelectuales que ponen el mundo en tela de juicio, pero son muy pocos los que ponen en tela de juicio el mundo intelectual". Esto es lo que él hace con su "autoanálisis". Un ejemplo de modestia que ojalá fuese seguido por quienes no le llegan ni a sus zapatos.

* Sociólogo. Presidente de Tironi y Asociados.

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