Por Patricio Jara, periodista y escritor Abril 16, 2010

Quienes hablan y se revuelcan por lo maravilloso del Día del Libro -que se celebra el próximo 23 de abril-, los que organizan batucadas por lo importante que es la cultura y, mejor aún, ser cultos; todos los que se paran en las esquinas a vociferar poesías subidos en zancos, todos ellos debieran ser arrojados a los caimanes si antes de salir a la calle a llenarse la boca de palabras no han leído El Quijote como corresponde.

Es lo mínimo que podría pedirse en un día tan sospechoso como el dedicado al libro, cuando se arma una fiesta, entre otras cosas, a propósito del entierro del cadáver de Cervantes (murió el 22), el tipo que escribió a inicios de 1600 la novela más importante de todos los tiempos, un libro eterno y que sólo en Chile la última edición de lujo que hicieron Alfaguara y la RAE vendió 60 mil ejemplares.

Los que a propósito de la muerte de Salinger predicaron que con "El guardián entre el centeno" se inventó al adolescente como personaje literario (no sé dónde dejan a Tom Sawyer), sin querer dividieron las aguas entre los que en el colegio leyeron la historia de Holden Caulfield y quienes tuvimos, en cambio, la dicha de habernos topado con El Quijote en su versión completa y en el momento justo: en tercero medio, durante aquella temporada en el abismo donde todo es gelatinoso y la única certeza es que se nos viene el mundo encima.

De allí el valor de ambas historias, con la diferencia de que Alonso Quijano no quiere ser guardián de nada (al menos al comienzo), no quiere proteger a nadie del precipicio y, muy por el contrario, sale a enfrentar el mundo a cabezazos, dando por inaugurada la novela moderna y su exquisito cortocircuito: el desajuste entre ficción y realidad, entre lo que queremos versus lo que nos tocó.

Por suerte, aún en algunos colegios la novela se lee completa, ya sea en esas ediciones ultraeconómicas que se desgajan a la primera o en aquellas más cuidadas, como la espléndida publicada por la Serie Roja, con ilustraciones de Gustave Doré y prólogo de Saramago. Dice Ana María Rivera, editora del área juvenil de Alfaguara: "Es un libro que se presta para leer en compañía. Para los chicos es mucho más significativa su lectura si se comparte, si cumple su valor social: comentar, poner en contexto y darnos cuenta de que la gran mayoría de las aventuras de don Quijote se viven hasta hoy".

Ana María da en el clavo: Dios nos cría y el Quijote nos junta; a muchos nos hizo hablar por primera vez de libros y 405 años después de su publicación, la importancia de la novela de Cervantes aún se puede resumir en dos líneas: el valor de enfrentar las consecuencias de la libertad.

* Escritor. Autor de "Quemar un pueblo".

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