Por Alberto Fuguet* Abril 16, 2010

Estuve un mes en Nashville, donde no tiembla, pero este post lo despacho desde Santiago. Acabo de leer, con calma y en papel, el último ejemplar dominical de The New York Times que compré antes de regresar. En el cuerpo "Artes y Ocio" me topo con un ensayo del crítico de cine A. O. Scott, titulado El lugar del crítico, que no sólo me parece brillante y atinado sino que lo recorto y subrayo y lo pego en el refrigerador. Termina así: "He completado el círculo. El futuro de la crítica sigue igual, no ha cambiado. Es miserable y, a la vez, lleno de posibilidades. El mundo siempre se está derrumbando. El estado de las cosas es triste. Llegamos tarde. Pero los frutos están ahí maduros, listos para coger". Los frutos  a los que se refiere Scott son las películas y lo que está terminando es la crítica de cine aunque, tal como el propio cine, siempre está muriendo para volver a revivir.

Me encanta leer críticas, pero las de verdad. Las que se pueden parar solas. La admiro y creo que la crítica es un género. Leo críticas aunque después no vea lo que el crítico criticó. Por crítica entiendo el acto de reflexionar por escrito acerca de un objeto artístico y, de paso, hablar de la vida, de la sociedad, de otras creaciones y, si no es mucho pedir, que logre emocionarme o, al menos, hacerme reír. Para mí un crítico tiene que ser mejor escritor que aquellos a los que critica. No tiene que actuar o dirigir o dialogar, pero sí debe escribir como los dioses. Y entender dos o tres cosas de la condición humana. El que más trivia sabe no es necesariamente el mejor. Puede, incluso, ser el peor. Se sabe: un crítico sólo se luce cuando logra escribir a favor y, al mismo tiempo, cuando logra incitarte a participar de su entusiasmo. Scott es uno de ellos, tal como la gran Manohla Dargis, quien debería recibir todos los premios posibles, partiendo por el Oscar, y ser lectura obligatoria en las escuelas de Periodismo (¿puede una prosa ser sexy?, sí).

A veces prefiero una buena crítica a una buena película. Una buena crítica a una mala película termina por mejorar la película. Una gran crítica a una gran película puede ser epifánica. Una crítica mala (tibia, fome, tonta, anémica) a un filme relativamente interesante o francamente bueno puede destrozar o achatar la cinta, que es lo que sucede tantas veces. La labor del crítico no es sólo aplaudir o destrozar, es sudar, defenderse, jugársela y apostar. Apostar y quemarse, apostar y perder, apostar y ganar. Leo críticas como la gente lee poemas. Para calmarme, para llenarme de ideas, para matar del tiempo, para ser mejor. Cada vez que recibo la revista de cine argentina El Amante no hago nada más que leer y gozarla. Hay pocos libros de recopilaciones de críticas, pero los atesoro. A Pauline Kael se la puede leer siempre. Anthony Lane, de The New Yorker, juntó buena parte de sus divertidas y ácidas críticas en el libro "Nobody´s Perfect". En castellano hay menos material. Está lo de Caicedo, "Ojo al cine", donde el caleño demuestra que la crítica puede y debe ser en primera persona, incluso confesional. Está el imprescindible "Un oficio del siglo XX" de Guillermo Cabrera Infante. Años atrás, con Christián Ramírez, edité el libro por el cual espero ser recordado: "Una vida crítica" de Héctor Soto, un volumen que sólo crecerá con el tiempo una vez que los periodistas, historiadores y escritores lo lean y entiendan que no es un "libro de cine" sino una biblia de agudeza, humor, mala leche, pasión y una inteligencia casi aterradora. Cuando estudiantes de cine me preguntan qué libro-guía deben leer, les digo: todo está en "Una vida crítica". Scott, como Soto, como Dargis, como tantos, saben que el fin de la crítica no es colocar estrellas o dar recomendaciones. Es abrir debates, diálogos. Es usar el arte no para hablarles a los creadores, sino para conversar con el público.

* Periodista, escritor y cineasta.

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